Creo que efectivamente hay necesidad de hacer un balance de la izquierda. Pero se avanza poco si nuestra capacidad de análisis sólo nos permite ver que los que eran dirigentes de 20 y 30 años en los 70, hoy andan por los 60 años y su horizonte de vida ya no sea el de antes. Si la edad lo vuelve a uno "tío" y luego "abuelo", lo único que cabe decir es que así es la vida y a todos nos toca.
Que las propuestas deben ser nuevas, que los jóvenes deben reemplazar a los viejos, que hay muchos que con las banderas de izquierda hacen lo que pueden por lograr una colocación en el Estado, que los líderes han tendido siempre a caudillos... Bueno, todo eso puede ser verdad, pero ¿qué garantizaría que una nueva izquierda basada en liderazgos distintos no recaiga en los errores básicos del pasado?
Ese es el objeto del balance: no sacar alguna frase irónica contra la edad; la consecuencia política (¿o cómo le llaman a la continuidad de individuos que están más de cuarenta años en la izquierda y no se pasaron al enemigo) aunque nos aburran sus caras conocidas; los medios de hacer política forjados en muchos años, sino ubicar un papel para la izquierda en el Perú actual.
La nostalgia por Izquierda Unida quizás exista en alguna gente mayor que está en el retiro y que tal vez dirá que cuando estaba Barrantes, Del Prado, Zeballos o Malpica, las cosas eran diferentes. Yo soy de los que sienten en el corazón esas ausencias, pero creo que el mal de la izquierda peruana va más allá de las personas. Tiene que ver por lo menos con algunos ejes temáticos que no veo aparecer ni en los que comentan positivamente la recopilación de Beto Adrianzén, ni en los críticos que se pierden en si los que concurrieron a la presentación eran miraflorinos, ya son abuelitos o todavía no han aprendido nada de los que ya saben las respuestas, pero tampoco las dicen.
Ahí van mis modestos avances por pensar a la izquierda, su apogeo y crisis, y su tragedia actual:
- Un asunto de herencia: la izquierda no tiene clara su relación con el velasquismo, el fenómeno político-social más importante de la segunda mitad del siglo XX, que fue en el que debió actuar la izquierda a la que nos estamos refiriendo. Mientras la derecha ha construido un mito de maldad e ineficiencia sobre este gobierno, la izquierda vacila y es ambigua en el balance de esa etapa, se deja intimidar por la idea de que fue una "dictadura", (mientras la derecha defiende a Fujimori con dictadura y todo) y no asume a cabalidad la propuesta nacionalista y de reforma social que creó las bases de la izquierdización del país en los 70 y 80.
- Un tema de voluntad de poder: la izquierda que yo he conocido no se veía como gobierno, y su proyecto era ser un actor estatal de oposición. Carecía de plan y voluntad de poder. La muestra más palpable fue la renuncia a la segunda vuelta en el 85. Pero más grave que eso fue la división de 1989, cuando los dos sectores sabían que no podrían jamás tener éxito desunidos. Sea porque algunos creían que la democracia era un recodo para volver a la lucha directa, o porque otros iban haciéndose democráticos entendiendo esto como puro compromisos con lo existentes, ambos dejaban de desafiar al sistema dentro del sistema, y se imaginaban siempre como opositores o como colaboradores de otros gobiernos, y nunca como gobierno propio. El espíritu que se vio en Fujimori, Toledo u Ollanta, no se vio jamás en predios izquierdistas.
- Un falso debate: El "debate" sobre si se conciliaba o no con Sendero, al final de los 80 era forzado porque Sendero venía matando y enfrentando a toda la izquierda desde varios años atrás. Pero la manera como se introdujo el tema fue producto de la necesidad de un sector de decirle a la derecha que ellos sí habían deslindado y los que estaban al otro lado eran los que no lo habían hecho. Los llamados "radicales", por su parte tenían que demostrar que querían el frente amplio para ser su ala izquierda, y cuando los del Acuerdo Socialista (barrantistas) se fueron, se inventaron un pequeño Barrantes que era Pease y al final hubieron dos candidaturas casi idénticas y una división que el pueblo no entendió más que como fracaso e impotencia política.
- Una ausencia de proyecto orgánico: la izquierda necesitaba de la unidad para ser algo y eso retardaba la división, pero competía entre sus partes en todo momento, desconfiaba de sus socios, se enfrentaban en los gremios, destruían experiencias importantes como el Diario de Marka, hacían volar los colegios experimentales, luchaban por los cupos parlamentarios hasta las últimas consecuencias y después dejaban las curules en manos de sus ocupantes sin control partidario, etc.
Creo que estos son algunos elementos que no están siendo subrayados y que no veo que estén en las preocupaciones críticas y autocríticas de estos días. Otra vez vuelvo a oír que se dice que la división fue porque unos eran militaristas y otros no, o porque alguno era el izquierdista que necesitaba la derecha, o porque no había compromiso con la democracia o porque se cayó en democratismo. Y, por supuesto, los que hablan de los líderes que no querían dejar las direcciones, los que querían ser parlamentarios o ministros, los que cuentan cuentos a los jóvenes, etc. Todo eso puede ser verdad o mentira, pero así en crudo no es más que una justificación de la división, cuando de lo que se trataba es de saber porque fuimos tan torpes de dividirnos cuando habíamos llegado a nuestro apogeo en el inolvidable Congreso de IU de Huampaní en 1989.
Cuando éramos la primera fuerza organizada del país nos autoderrotamos. Y eso en pleno año de la caída del muro de Berlín y crisis mundial del socialismo. ¿Quieren preguntarse por qué es tan difícil de levantarse desde entonces?
Por:Raúl Wiener
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