Esperar de la derecha peruana un mea culpa por haber conducido al país al desastre, una exposición de ideas, una argumentación de sus propuestas de cómo sacar al país del atraso, de cómo superar la matriz primario exportadora de la economía, cómo acabar con la exclusión, terminar con la pobreza, practicar la tolerancia, garantizar democracia, salud, educación trabajo digno, bienestar para los peruanos y peruanas; esperar que, en fin, incorpore la ética en su práctica política, es lo mismo que esperar que por obra y gracia de un alquimista prodigioso el plomo se transforme en oro.
La derecha no argumenta, insulta; no hilvana ideas,
terruquea; no apela a la razón, apela a la bilis, los bajos instintos y las
bajas pasiones. El neoliberalismo ha degradado la política y embrutecido a sus
representantes, ha desaparecido a los reaccionarios ilustrados para dar lugar a
los reaccionarios brutos y achorados, ha infestado el Estado de bribones, los
partidos de felones, los medios de comunicación de mermeleros y rastreros de
dos al cuarto.
En la actual contienda electoral sus candidatos son como
zombis que no se han aprendido más de cuatro palabras para oponerse a la
izquierda: terrucos, chavistas, populistas, comunistas, términos que utilizan
en automático en cualquier circunstancia. Ni siquiera cuentan con los recursos
demagógicos de Alan García, ni con el histrionismo de Alberto Fujimori que
cubría sus carencias con el baile del “chinito”. Nada de nada y los estrategas
de campaña no la tienen fácil para levantar a esos pelmazos.
La derecha está asustada frente al avance de las fuerzas del
cambio encabezadas por Verónika y Juntos por el Perú JP. Entonces recurre a lo que mejor, o lo
único que sabe hacer: mentir y calumniar, mimetizarse y apropiarse
demagógicamente de banderas ajenas, echar excremento con ventilador, echar a
trabajar a su ejército de troles que insultan como presidiarios en las redes
sociales, valerse de los medios de comunicación para demoler a los opositores y
engreír a sus favoritos, usar a las encuestadoras para presentar tendencias
engañosas. El disfraz de democracia con que suele cubrirse se descose por todas
partes, exponiendo a la bestia que hay adentro.
Es peligroso tener a esta bestia asustada. Si no le
funcionan sus sucias armas a las que están echando mano, soltarán a sus orcos,
como ya lo hicieron con Merino. Las jornadas democráticas de noviembre pasado
nos muestran la forma de contenerlos, derrotarlos, abrir el camino para
refundar el Perú.
Por Manuel Guerra
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