Debo confesar que, inicialmente,
no tomé muy en serio aquello del Coronavirus. Incluso hice bromas con mis
amigos. Les dije que cuando llegara el coronavirus a nuestras costas, podríamos
valernos de algunas de las ostentosas bandas que pululan por estos lares –“Los
Raqueteros de los Olivos”, “Los Trapaceros del Agustino” o “Los Malditos de
Castilla”, para que lo asalten, y le roben la Corona. Quedará así como un virus
común y silvestre, sin amparo alguno.
Después, llegué a la misma
conclusión que un ingenioso amigo de la red que pensó que en la Pandemia, los
pobres pretenderían asaltar y robar a su antojo, pero finalmente descubrió que
no eran los pobres, sino los ricos los que obraban de ese modo.
Esto último, viene a cuento
cuando hablamos de la mascarilla de la CONFIEP, ésta que estrenó María Isabel
León, la Presidenta del gremio, al conversar recientemente con el Presidente
Vizcarra: una bandera peruana.
Ella usó ese barbijo, destinado a
protegerse del virus, en un doble sentido dialéctico: Para endulzar su mensaje,
y para encubrir sus intenciones. También podría decirse que la banderita le
tapó la boca, para que no siguiera mintiendo.
Porque, en realidad, la lideresa
de los empresarios quiso presentar la “voluntad patriótica” de sus colegas para
alcanzar, a cambio de ella, nuevas concesiones del gobierno actual, como si no
le hubiera sacado ya el santo y la limosna.
El país entero podría quedar
literalmente boquiabierta si tuviera conciencia real de lo que se han llevado
los empresarios en estos meses de Pandemia. No solamente que no han perdido
nada -eso que están “al borde de la quiebra”, es una mentira más grande que el
Himalaya- sino que, además, han ganado luego de lograr que el Estado les
otorgue “reparaciones”.
Por lo pronto, en el Programa
Reactiva Perú le arrancaron 61 mil millones de soles; pero luego se llevaron
mucho más, infringiendo cuantiosos daños al país. A ello le sumaron el 35% de
la planilla que el Estado les aportó para que no despidieran trabajadores, y
hasta la “suspensión perfecta” –heredada del fujimorismo- entusiastamente
aplicada en perjuicio de más de 300 mil trabajadores que ya quedaron en la
calle, y sin derecho a pataleo.
Hoy se sabe que 14 empresas
investigadas por Lava Jato y los Pánama Papers se beneficiaron con 52 millones
de soles; que Carlos Rodríguez Pastor – quizá el hombre más rico del Perú-
obtuvo 191 millones de soles; que el diario “El Comercio” logró un “aporte” de
casi 40 millones de soles para “encarar su crisis”, sin que dejara por eso de
despedir periodistas y trabajadores; que la empresa Linde Gas Perú –llamada
también AGA GAS- obtuvo cinco millones 860 mil soles, a través del Banco de
Crédito del Perú.
Otros 17 mil millones, fueron a
parar a Intercorp y Belcorp, grupos financieros que lograron que sus empresas
obtuvieran cada una 10 millones de soles. Y, por si fuera poco, las Clínicas
Privadas -esas que hicieron pingues ganancias cobrando por pruebas otorgadas gratuitamente
por el Estado y tratamiento de COVID- también se llevaron “la suya”; y lo mismo
ocurrió con las Mineras, que no pararon nunca, y que hoy registran más de 700
obreros contagiados por el Virus, a más de ingentes ganancias.
El MEF anuncio con bombos y
platillos, haber entregado “a préstamo” 24 mil millones de soles para la
“recuperación de las empresas”. El 71% de ese monto fue para las grandes; el
20%, para las pequeñas; el 4% para las medianas y solo el 3% para las micro
empresas. ¿Quién se comió aquí la parte del León?.
La ministra de economía subrayó
con innegable candor que no se trataba –en el caso-de una donación, sino apenas
de un préstamo. Pero dijo, para que no cupiera duda, que si las empresas no
honrasen la deuda, ella sería pagada con el dinero de todos los peruanos.
Recientemente, y no sin asombro,
el New York Time se preguntaba por qué el Perú tuvo malos resultados en su
estrategia contra el COVID si ella fue la misma que se aplicó en otras partes
con mejor suerte. Del análisis –y de la propia realidad- fluyen tres razones:
la notable pobreza de la población; el desastre del sistema sanitario y la
corrupción que corroe las bases mismas de la sociedad peruana.
La pobreza en un país donde el
72% de la PEA no tiene un puesto de trabajo; el 38% carece de agua y otros
elementales servicios; y el 60% de la niñez vive desnutrida. El sistema
sanitario colapsado desde el inicio de la crisis. Y la corrupción, que
alcanzara su cenit bajo la dictadura fujimorista, se proyecta alevosamente en
nuestro tiempo.
A eso habría que añadir, sin
duda, la extrema voracidad de los poderosos, y la incoherencia de la política
oficial que no atina a percibir la realidad, ni a darse cuenta de las
verdaderas necesidades de nuestro pueblo.
El Neoliberalismo está en la base
de la tragedia nacional. A él, se le pueden atribuir todos los muertos y
contagiados, desde marzo a la fecha. Operó con un bisturí envilecido: La
Constitución del 93. Y cabalgó sobre el lomo de un caballo errático que no
descubrió nunca cuál era la ruta. Encandilado por las sirenas que tentaron sin
suerte a Ulises, Martín Vizcarra cayó en las redes de la CONFIEP, seducido por
una mascarilla pintada. (fin)
Por Gustavo Espinoza Montesinos.
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