Poco a poco,
Javier Diez Canseco se está yendo. No es pena lo que siento. Es rabia. Las
últimas apariciones públicas de este hombre mayúsculo tuvieron que ser
destinadas a defenderse de las acusaciones vertidas por lo peor de la prensa
derechista.
Y el congreso,
donde la sífilis del fujimorismo sigue circulando, se atrevió a sancionarlo con
90 días de separación.
Para eso sumaron
votos los hijos de Joy Way y Hermoza Ríos y los nacionalistas rencorosos que,
siguiendo instrucciones de Nadine Heredia, hicieron matemáticamente posible la
infamia.
El hombre que
había entregado su vida a luchar contra la corrupción resultaba acusado por los
hijos del pus que González Prada denunciara. Lo de siempre en el Perú: las
heces mandatorias.
La derecha se
vengaba. Los nacionalistas se vengaban. El fujimorismo se vengaba. Nadine
Heredia era una gran vengadora.
Así es el Perú.
En esta revista
hicimos una investigación prolija sobre las acusaciones aparecidas
originalmente en el "Correo" de Aldo Mariátegui. Eran basura.
Resultaba que no había nada consistente detrás de ellas. Nada sino veneno
arácnido.
Esa era quizá la
última condecoración simbólica que le faltaba a Javier Diez Canseco: ser
lapidado por matones de la prensa, ser expulsado de un congreso mugriento.
¡Te lo merecías,
Javier!
Nunca te elevaste
tanto como cuando el odio te mordió. Nunca fuiste mejor que hace unos meses,
defendiéndote de quienes querían tu asesinato mediático. Y era pura envidia,
querido Javier. Tu vida les recordaba su miseria moral; tu elocuencia les
recordaba sus silencios; tu capacidad de indignación ante las injusticias les
recordaba sus complicidades y sus agachamientos.
Tantos años de
decencia tenías que pagarlos. Porque en el Perú la decencia se paga. Y las
chusmas conservadoras se encargan de esa cobranza. O te calumnian, o te
empapelan, o te vocean en sus aquelarres a ver si así te embarran. Porque si
todos se embarran, ya no hay barro.
Pudiste ser rico,
Javier: abogadazo, jurisperito de multinacionales. Elegiste ser modesto. Y
alegre. Porque a ti la cumbia te va bien y las chelas también y el goce puro
del momento, de lo más bien. Pudiste ser Robespierre pero preferiste ser un
hombre fiero con la palabra y amable -por lo general- con quienes no estaban a
tu lado.
Y no estábamos a
tu lado en muchos casos. Jamás pude entender por qué un hombre tan apegado a
los fueros del libre albedrío avaló siempre la dictadura cubana, que para mí es
el socialismo contado por George Orwell. O por qué tenías aliados tan falsos y
esperanzas tan ingenuas.
Pero siempre
hemos dicho y diremos que has sido un hombre ejemplar, coherente, indoblegable.
Un hombre, en suma. Una lección viviente de armonía entre palabra y acto. Un
extraño ejemplar en un país plagado de impostores.»
CORTESIA: César Hildebrandt en En sus Trece.
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