“Votaré por el sombrero”, dijo la
señora Victoria Nicolaza Vargas, al final del primer debate televisado de los
candidatos presidenciales. Ella es trabajadora del hogar en mi casa desde hace
21 años, migrante apurimeña quechua hablante, con buen dominio del castellano.
Ella no había visto nunca ni había oído hablar del profesor. Ese fue para mí el
punto de partida para entender la importancia del campesino profesor y su
novedad política en Perú. El sombrero, su condición de sencillo profesor
cajamarquino con un lenguaje sencillo, signos y maneras, que ella entendió
perfectamente.
Después de los primeros
resultados anunciando su victoria, en una conferencia a solicitud del Dr.
Modesto Montoya, en su canal de Youtube, traté de entender su triunfo apelando
a un nuevo encuentro de ficción entre los zorros de arriba y de abajo, de
Huarochirí y de Arguedas, luego de haberse visto en Chimbote hace dos mil años
después de Huarochirí, y después de los encuentros que el grupo teatral
Yuyachkani, nuestros yuyas, y del diálogo en Villa el Salvador por el grupo de
teatristas Arena y Esteras.
En el universo mítico de
Huarochirí, corresponde a los zorros de arriba y de abajo, la tarea de proteger
a los habitantes yungas en los valles de Lima y a los quechuas de las tierras tibias
y pastores de las punas. Suben y bajan los zorros para saber cómo están. En
Chimbote y Lima, los zorros fueron llamados para proteger a los migrantes de la
voracidad de los empresarios pesqueros y su mundo de corrupción; de la
violencia política, en particular de las fuerzas armadas sobre los migrantes
ayacuchanos acusados de terroristas y, ahora, para favorecer y defender la
victoria del profesor Castillo sobre la señora K.
En el análisis antropológico, el
universo mítico mágico de los pueblos es parte de lo que llamamos realidad,
palabra que representa el complejo mundo de las vidas cotidianas de ayer, de
hoy y de mañana. En un país como el nuestro, la política y el universo mítico
tienen espacios comunes, compartidos de manera diferente. En la orilla de las
derechas, lo mítico-mágico y místico corre principalmente por cuenta del mito
cristiano de la creación del mundo, de la vida y la especie humana, el valle de
lágrimas y sufrimiento por tener que pagar el pecado original de tentación de
la carne de Adán Eva, y la esperanza de encontrar la felicidad en el cielo. En
la orilla del profesor y sobre todo de sus votantes andinos y amazónicos,
cuentan; de un lado, parte de ese universo cristiano católico y los grupos
protestantes y; de otro, la realidad llena de encantos en los Andes, la
Amazonía y también en la Costa escondida, más allá de las grandes ciudades. El
notable espectáculo de la juramentación llamada “simbólica” del presidente
Castillo en la Pampa de la Quinua, es un ejemplo visible, audible y sensible de
ese mundo mágico.
Uno, los símbolos como cara visible de la luna
El campesino profesor, tiene el color andino de la tierra, lleva siempre su sombrero chotano, su escuela está en medio del campo; el profesor y su familia trabajan la tierra, arando, cosechando, cuidando de las vacas, corderos, gallinas, cuyes; Lilia, su esposa es campesina profesora como él. En su campaña, están presentes la escuela, el lápiz, las primeras letras, el recuerdo del viejo mito contemporáneo de la escuela:
“Porque somos quechuas, porque
hablamos nuestra lengua y vivimos de acuerdo a nuestras costumbres y no sabemos
leer y escribir, vivimos en el mundo de la noche. No tenemos ojos y somos
desvalidos como los ciegos. En cambio, quienes saben leer y escribir viven en el
mundo del día, tienen ojos. No tiene sentido quedarse en el mundo de la noche
porque debemos progresar para ser como los que van la escuela y tienen ojos.
Yendo a la escuela abrimos los ojos, despertamos” (Mito recogido en los ayllus
de Puquio en 1975, citado en el libro de R Montoya, Por una educación Bilingüe
en el Perú, Cepes, Moscas Azul Editores, Lima, 1990, p. 94).
Su hablar simple y sencillo,
plenamente entendible, es del castellano andino diferente al castellano
estándar, más o menos común a todos los que lo hablamos y, lejos, de la llamada
lengua culta, de escritores, de poetas. Quienes se sienten dueños de la cultura
en singular se indignan cuando los migrantes confunden la e con la i y la o con
la u, los llaman motosos, los desprecian y no quieren saber nada de las
culturas en plural, que pertenecen a los pueblos, naciones, patrias y sangres
en los Andes, la Amazonía, la Costa, en eso que se llama Lima metropolitana,
más allá de la Lima de los señores, agrupada entre San Isidro, Surco y San Borja,
lejos también de los cinturones de clases medias y populares de esa vieja Lima
que comienza a ser parte del pasado. El profesor no es quechua ni aimara, es un
campesino de Puña-Chugur-Tacabamba-Chota-Cajamarca, pero lo vimos identificado
con los pueblos indígenas, los afrodescendientes, y acompañado de símbolos de
esa búsqueda del Inca, que brotó desde Túpac Amaru I de 1572 y salió a la
superficie con Santos Atahualpa en 1742, Túpac Amaru II 1781. Tito Flores
Galindo llamó utopía andina a ese ideal andino basado en el Inca y la
reciprocidad de la sociedad inca.
Dos, encanto de los símbolos, votos y esperanza
Los símbolos tienen la particularidad de condensar, sintetizar,
reducir segmentos de la realidad, por ejemplo: en una bandera, una prenda de
vestir, un verso, una canción. Por eso los símbolos encantan, parecen
fragmentos de magia, fácilmente entendibles. Recuerden las frescas imágenes de
esa preciosa ceremonia en la Pampa de la Quinua, su cielo azul, sus nubes
viajeras, los danzantes reproduciendo la belleza del arco iris al compás de la
música, de la melodía de las tijeras, y el frustrado esfuerzo de un joven
pintor ayacuchano por entregar al profesor un retrato con la banda presidencial
al viento, con gratitud y admiración. En política los símbolos encarnan
esperanzas que se traducen en votos y en victorias; también en derrotas, es
cierto.
Para ganar el voto popular en
1990, Alberto Fujimori se presentó como “el chinito igual que
tú”, despertó simpatías porque el Perú está lleno de chinitos que muchas veces
no tienen ni un cinco por ciento de chinos y menos de japoneses. Después, Alejando
Toledo, en 2001, tenía un rostro más andino que Pedro Castillo,
había nacido en Cabana Norte, contó el cuento bonito de haber sido lustrabotas,
de ser en un error de la estadística porque hombres como él no llegan “a la
universidad de Harvard”, y fue visto como un triunfador por haberse casado dos
veces con la misma señora europea. Fujimori y Toledo ganaron, gobernaron, se
sirvieron del pueblo para ganar las elecciones, olvidaron luego y se dedicaron
a robar en dólares; más, el primero, porque mientras acumulaba una gran fortuna
(de la que casi no se habla), dio órdenes para matar a centenares de peruanos y
peruanas acusadas de terrorismo, sin decir una palabra sobre su terrorismo de
estado. Vinieron después, Alan García Pérez, su gran fortuna y su suicidio
minutos antes de ser llevado preso, por orden de un fiscal sin escapatoria
alguna; siguió la serie con los señores Humala, Kuczynski y la señora K, Keiko
Fujimori, cuyos juicios son inevitables. En dos palabras, una vergüenza
para las derechas que se enriquecieron gracias a ellos y ella, y mil vergüenzas
para el Perú entero.
Parecía imposible que un sencillo profesor ganase a la derecha
confiada en su victoria en la primera vuelta con algunos de sus candidatos
compitiendo con la Sra. K. Parecía inalcanzable aquel 20% su ventaja en la
primera encuesta posterior. El miedo -viejo y nuevo de la clase política limeña
conservadora y dueña del Perú- obligó a que todos sus segmentos se unan,
apelando a todas las armas, mostrando a boca en cuello y pecho descubierto,
todo su odio y sus racismos, dividendo al país en peruanos demócratas, ellos y
ellas, sus nosotros restringido; y, no-peruanos, terroristas, senderistas,
enemigos de la democracia, precisamente los que tienen el color de la tierra,
ellos y ellas que son parte de un nosotros mucho más grande y rico. El
sr. López Aliaga pidió que mataran al profesor y el sr. Jorge
Montoya prometió que las fuerzas armadas saldrían a resolver el
problema para salvar la democracia. Hace 200 años que se oye ese discurso y no
tienen como salvarla. Como siempre, quedaron atrás todas las preciosas palabras
sobre la unidad peruana para resolver el problema de la pandemia, desmentidas
por la aparición de un candidato que la derecha no conocía y escapaba a su
control.
Mintieron, calumniaron, compraron
votos; los burgueses que no conocen la promesa republicana amenazaron a sus
trabajadores con despedirlos si votaban por Pedro Castillo y, para probar que
no lo harían, debían presentar una foto de su cédula tomada con un celular;
como si tuvieran alas, de los archivos judiciales y policiales salieron viejas
acusaciones de presuntos delitos aún no probados para enlodar a los aliados del
profesor; no dijeron una palabra sobre el pedido de 30 años de cárcel que la
fiscalía propuso para la señora K acusada de dirigir una banda para delinquir.
Es una vergüenza monumental para el Perú y su incipiente democracia que una
mujer con ese prontuario sea admitida en una elección. Frente a ella, el
profesor Castillo tenía y tiene las manos limpias. Conviene tener presente que
el médico Cerrón Rojas -secretario general el partido Perú
libre, con una condena judicial, no fue candidato en las elecciones y fue
reemplazado por el profesor Castillo.
Con el esfuerzo y el despliegue
económico extraordinario, las derechas unidas creyeron que ganarían, apelaron a
decenas de triquiñuelas abogadiles para anular los votos del profesor, pero
perdieron, con una pequeña pero suficiente diferencia. De modo unánime, todas
las delegaciones internacionales certificaron que las elecciones fueron
limpias.
En la primera semana de gobierno del presidente Castillo, comenzaron
sucesivas olas de decepción; de un lado, la oposición de todos los segmentos de
la derecha y; de otro, de parte de quienes votaron por el profesor. A los
primeros les causó horror el color de la tierra de buena parte de los
ministros, sus apellidos, el capítulo de guerrillero en la vida de Héctor Béjar
(ministro de Relaciones exteriores) y el retiro de 24 horas de Pedro
Francke y Aníbal Torres quienes se negaron a ser ministros, minutos
antes de la juramentación. Con sus garras y colmillos, las y los periodistas
voceros de primera línea de las derechas, que se consideran sabios y parecen
convertidos en expertos fiscales y jueces, exigieron la renuncia del
presidente, del primer ministro y de muchos ministros. Como estas derechas no
tienen i hoy influencia alguna para sugerir y menos, para nombrar ministros,
renuevan su odio de la segunda vuelta y no tienen rubor alguno en detestar a
los ministros que no se parece en cara ni en apellidos a los ex ministros que
ellos conocen bien, tutean y tratan de hermanitos.
Solo en la incipiente república y
democracia peruana ocurre que cuando las derechas pierden, hacen valer su
derecho de sugerir y atreverse a recomendar nombres, dictarles las medidas que
deben tomar, no tocar la eterna constitución del 93 y su sagrado capítulo
económico. Esta vez insisten con lo mismo, sin darse cuenta que Castillo no es
como Alberto Fujimori, Alejandro Toledo, Alan García, Ollanta Humala, Martín
Vizcarra o el tal Merino. No se defienden aún los ministros atacados como
debieran, para denunciar los racismos que reaparecen contra ellos, más allá de
sus cuentas por pagar, ciertas o no, y de su competencia para asumir los cargos
recibidos. Una semana después, ya se afirma y repite que “el sr Cerrón vacó en
el cargo al presidente Castillo”. Si fuera cierta esta predicción, debería
esperarse el final del flamante gobierno en muy corto tiempo. En el Congreso se
preparan interpelaciones puntuales con el horizonte de dar un zarpazo final en
el momento adecuado. Allí, las fuerzas de Castillo son minoritarias. Si todo
esto ocurriera, vaya final sin gloria alguna de la celebración del
Bicentenario, que parece haber quedado en un rincón, rumbo al olvido.
Cinco, Lo nuevo viene con lo viejo: sorpresa, improvisación, primeros errores (grande y pequeños).
Aprendimos de la historia que lo nuevo nunca viene puro; está siempre
cargado, envuelto y escondido por lo viejo. En el examen que intento hacer de
la realidad llena de misterio, con información insuficiente y cambiante, no
dejo de tomar en cuenta dos hechos como punto de partida: la sorpresa y la
inevitable improvisación. De ahí parten los grandes y pequeños errores,
corregibles o no.
Ha sido ya compartida una
información importante: el partido Perú libre se presentó a las elecciones con
el candidato profesor, con la esperanza de ganar unas cinco o seis curules en
el Congreso para asegurar una presencia política nacional del partido
regional-huancaíno y no limeño. Fue doble la sorpresa: el profesor Castillo
pasó a la segunda vuelta y ganó el derecho de disputar la presidencia de la
república; el partido obtuvo 37 curules. En los meses siguientes, los líderes
consagraron todo su tiempo y fuerzas a ganar la segunda vuelta. ¿Tuvieron
tiempo de pensar en la política a seguir si ganaban? Los planes formales presentados
al organismo electoral eran insuficientes para responder a los problemas
concretos del país. No tuvieron tiempo de formar equipos para ponerse de
acuerdo sobre la política a seguir después de la victoria en cada uno de los
ministerios como parte de un proyecto global de gobierno.
Fue inevitable la improvisación para encontrar “con el tiempo encima” a las personas que podrían ocupar los cargos mayores. Entre las grietas de la información conocida y los hechos sueltos que van apareciendo, presté especial importancia a una organización que parece creada recientemente y en los rostros, profesiones y apellidos de parte significativa de los ministros escogidos. No conocía que existiese una Organización Nacional de profesionales del Perú, o algo así. Con su banderola, llegó un grupo de sus miembros hasta la casa ocupada por el Profesor en Breña (no en Miraflores o San Isidro como casi siempre). Exigían puestos de dirección para los profesionales de provincias. Volvió a aparecer la liebre provinciana: la limeñitud en el banquillo de acusados, ¡basta de jefes limeños!”. En otras palabras, que los ministros sean como tú, profesor Castillo, “como nosotros, que tenemos el color de la tierra”. Si esta habría sido la línea a seguir, no es atrevido suponer que la competencia y calificación para los puestos no haya sido una exigencia de primer orden; Habría bastado y bastaría un título universitario, haber trabajado por la victoria, ser amig@s del Profesor Castillo del Dr. Cerrón, un poco de suerte y un apoyo rogado a una virgencita o a uno de nuestros Apus, que en Los Andes son much@s.
En los últimos días el gobierno ha cometido muchos errores: perdió presencia en la Mesa directiva del Congreso dejando libre el camino para que las derechas organicen la oposición dura, ya visible; no tuvo cuidado alguno en escoger ministros con rostros de la tierra y títulos profesionales, sin la calificación y competencia debida para los cargos, sin averiguar sus antecedentes para evitar las embestidas fáciles de las derechas; sus marchas y contramarchas con fechas, horas y ministros que abandonan la sala sin juramentar y lo hacen 24 horas después; su decisión de volver a una peligrosa especie de servicio militar obligatorio de los jóvenes sin trabajo y sin estudios técnicos ni universitarios; su decisión de reconocer una nueva federación de profesores con el abierto propósito de dividir al Sindicato Único de Trabajadores de la Educación Peruana, SUTEP, (El gobierno de Velasco intentó lo mismo y fracasó), lo política y sindicalmente ético es ganar limpiamente la dirección del SUTEP y no dividirlo.
Con la juramentación sorpresiva
de Pedro Francke como ministro de economía, las derechas recobran algo de
calma, pero ese nombramiento -que representa un paso adelante- no será
suficiente.
Seis, desafíos: no defraudar las promesas que le dieron la
victoria, corregir a tiempo los errores, y no permitir la naciente esperanza se
diluya antes de dar frutos.
No defraudar a quienes le dieron la victoria, es el desafío mayor.
Sería fatal que el gobierno mire solo hacia adelante y no vuelva los ojos sobre
las consecuencias de las promesas frustradas en el pequeño tiempo de los
últimos treinta años: el Apra desapareció en el horizonte, por responsabilidad
de Haya de La Torre y Alan García, su discípulo preferido, Fujimori está preso,
a Toledo y a su esposa les espera una prisión muy larga, ese sería también el
camino de Ollanta Humala y Kuszinski. Si se ve en el espejo de estos
antecesores, el presidente Castillo está obligado a ser fiel con sus promesas.
Ya el pueblo mostró que su voto va por donde el viento de las promesas lo lleva
y no es leal a partido o movimiento alguno. Para ser leal con su “palabra de
maestro”, tendrá que cumplir algunas de sus promesas fundamentales. La
Constituyente y una nueva constitución no tiene el camino fácil: en los casos
de Bolivia y Ecuador, las constituciones fueron el fruto de coaliciones
políticas previas, logradas en elecciones y en asambleas constituyentes con
amplias mayorías a favor. Este es también la constituyente chilena en, hoy
pleno trabajo. No es el caso de Perú; aquí, el gobierno como tal, no tiene la
mayoría de una coalición que lo defienda; es posible el camino de la calle,
pero es demasiado temprano para eso….
En su camino, el gobierno irá
descubriendo cuántas de sus promesas son posibles o no, y tendrá que aprender
“a corregir a tiempo los errores” como aconseja la sabiduría popular. Para eso
conviene que el profesor y sus compañeros de gobierno vuelvan a oír con
atención los consejos que le dio el sabio uruguayo José Mujica, ex
guerrillero, -presidente de Uruguay, competente, limpio y honrado- que escuchó
a su pueblo, lo representó con dignidad, se retiró a tiempo, convirtiéndose en
un compañero venerable y ejemplar.
“Te pido por favor, yo sé que
la lucha electoral es dura, pero no dejes que en tu corazón se acumule
el rencor… cuando salgas de esto tendrás muchas canas… el odio lo único que
hace es hacernos perder libertad, sobre todo hipotecar la esperanza... es muy
fácil perder [la confianza]…
“Juégale limpio a tu pueblo,
no lo engañes y cuando las fuerzas no te dan porque no tienes los recursos,
diles la verdad… no es fácil torcer el curso de la realidad a favor de los más
débiles”. (José Mujica y Pedro Castillos, Encuentro de maestros, 3 Mayo
2021, Youtube).
Si el presidente Castillo va por
ese camino, es posible que la llama de esperanza que encendió en medio del
páramo de la política peruana, de derecha y también de izquierda, se mantenga e
ilumine el camino a seguir. De lado de la esperanza, están toda la parte
andina, amazónica y en parte de la Lima metropolitana que le dieron la
victoria; también los cristianos que no han olvidado la Teología de la
Liberación del padre Gustavo Gutiérrez; seguramente, otros
intelectuales como yo, que sin perder su pensamiento crítico estamos en la
orilla contraria de todas las derechas y en favor de los movimientos de
izquierda que parten de las bases.
Hay en el territorio de la
esperanza un ejemplo preciso: el discurso de Héctor Béjar al
tomar el cargo de ministro de Relaciones exteriores. El ex guerrillero- nunca
terrorista, ha ofrecido una lección de lo que es una visión política de la
situación internacional a partir de la profunda desigualdad peruana. Se trata
de una propuesta para cambiar el rumbo de las relaciones exteriores del Perú.
Los medios de comunicación, operadores de las derechas y afines, no dijeron
nada sobre su discurso, tampoco los escondidos ideólogos de las derechas; solo
pidieron su cabeza para que lo echen de ese Ministerio por haber sido guerrillero
hace 56 años, olvidando sus años de cárcel en El frontón, su apoyo al gobierno
militar del general Velasco Alvarado, su trabajo profesional, sus estudios y su
doctorado en San Marcos, su condición de hombre de izquierda. Ojalá salieran
los ex embajadores a polemizar con él; con ideas, sin insultos y sin pedir
también su cabeza, por citar parte de un hermoso poema de Javier
Heraud:
Porque mi patria es hermosa
Como una espada en el aire
Y más grande ahora
Y más hermosa todavía
Yo la amo y la defiendo con la vida.
Por Dr. Rodrigo Montoya
Rojas.
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