La beligerancia actual de la derecha neoliberal es semejante
a la de la bestia que defiende su madriguera. Despojada por la pandemia de sus
maquillajes y afeites, exhibe la crudeza de una fealdad que repele y que
pretende ocultar a grito destemplado, haciendo malabares para que miremos a
otro lado; acusando, mintiendo, echando mano a trillados infundios para evitar
que se le pida cuentas por haber desmantelado al Estado, permitir el saqueo de
los recursos naturales, quebrar el aparato productivo que tiene como correlato
la monstruosa informalidad, haber despojado a la mayoría de peruanos de sus
derechos más elementales, como empleo digno, vivienda, salud y educación de
calidad.
Cuando el neoliberalismo se desgañita oponiéndose al
estatismo no es que esté en contra del Estado; a lo que en realidad se opone es
a lo público; según esta lógica el Estado es bueno siempre y cuando esté al
servicio de intereses privados, malo si se coloca al servicio de lo público, es
decir en beneficio de las grandes mayorías.
Durante los últimos 30 años los grandes empresarios bien que
se han servido del Estado para sus propios fines, al amparo de la Constitución
de 1993 que el fujimontesinismo impuso a sangre y fuego. Es a través de las
instituciones del Estado —el Ejecutivo, el Parlamento, el Poder Judicial, el
Ministerio Público, las fuerzas armadas y policiales— que se llevaron a cabo e
impusieron las reformas neoliberales con el objetivo de enriquecer más a los
más ricos a través de las privatizaciones, la entrega de los recursos
naturales, las exoneraciones tributarias, los lesivos contratos de estabilidad
jurídica, la usura financiera, la sobreexplotación de los trabajadores.
Este Estado, el Estado mínimo, el Estado subsidiario del
mercado, instrumento funcional al festín neoliberal es lo que está ahora en
crisis. Este Estado que, además, el modelo ha corrompido hasta la médula, es el
que ahora se encuentra incapacitado para hacer frente a la pandemia del
COVID-19. Sin embargo, en medio de la tragedia y cuando la situación exige que
se tomen políticas públicas drásticas para amenguar el padecimiento de los
peruanos, los grandes empresarios permanecen al acecho enseñando los dientes
para impedirlo.
Han logrado que el mayor porcentaje de los fondos que el
gobierno dispuso para afrontar la emergencia se canalice hacia el rescate de
sus negocios y al sector financiero, que se proceda al despido de los trabajadores
disfrazado de suspensión perfecta, que se autoricen las actividades económicas
relajando las medidas de seguridad de los empleados. Ahora hacen un cierrafilas
para impedir el impuesto a las grandes fortunas y cualquier otra medida que los
afecte en lo más mínimo. “Populista”, es la palabra de moda que usan para
descalificar a quienes promueven que el Estado recupere su rol ordenador de la
economía, implementador de políticas públicas para garantizar el bienestar de
las mayorías, garante de los derechos ciudadanos.
La señorona columnista de El Comercio Diana Seminario, de la
misma cepa reaccionaria que su colega Maki Miró Quesada y la mandamás de la
Confiep, María Isabel León, se pregunta candorosamente si es más importante
reducir la pobreza o reducir la desigualdad, como si una cosa no tuviera nada
que ver con la otra. Obvia el hecho que la concentración de la riqueza en pocas
manos tiene como contraparte la pobreza de muchos y que la desigualdad y las
brechas sociales se han hecho mucho más profundas con la aplicación de este
modelo que además refuerza el segregacionismo, la xenofobia, el racismo, el
machismo, la antidemocracia y destruye la naturaleza.
La pandemia está desnudando las miserias del
modelo neoliberal, es cierto; pero traérselo abajo y abrir un nuevo rumbo al
país requiere disputar la mente de la gente, sembrar conciencia, organización y
disposición a asumir esta tarea histórica. A ello hay que dedicarle los mayores
esfuerzos.
Por: Manuel guerra
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