Siete publicaciones han decidido asociarse en esta ocasión
especial para publicar colectiva y simultáneamente este texto de Ignacio
Ramonet. Estos medios son : NODAL, Le Monde diplomatique en español(España), Le
Monde diplomatique Edición Cono Sur El Diplo (Buenos Aires), Le
Monde diplomatique Edición Chilena (Santiago de Chile), La
Jornada (México), Cubadebate(Cuba) y Mémoire des
luttes (Francia).
A Tony Martínez
UN HECHO SOCIAL TOTAL
Todo está yendo muy rápido. Ninguna pandemia fue nunca tan
fulminante y de tal magnitud. Surgido hace apenas cien días en una lejana
ciudad desconocida, un virus ha recorrido ya todo el planeta, y ha obligado a
encerrarse en sus hogares a miles de millones de personas. Algo sólo imaginable
en las ficciones post-apocalípticas…
A estas alturas, ya nadie ignora que la pandemia no es sólo
una crisis sanitaria. Es lo que las ciencias sociales califican de «hecho
social total», en el sentido de que convulsiona el conjunto de las
relaciones sociales, y conmociona a la totalidad de los actores, de las
instituciones y de los valores.
La humanidad está viviendo -con miedo, sufrimiento y
perplejidad- una experiencia inaugural. Verificando concretamente que aquella
teoría del «fin de la historia» es una falacia… Descubriendo que la historia,
en realidad, es impredecible. Nos hallamos ante una situación enigmática. Sin
precedentes[1]. Nadie sabe interpretar
y clarificar este extraño momento de tanta opacidad, cuando nuestras sociedades
siguen temblando sobre sus bases como sacudidas por un cataclismo cósmico. Y no
existen señales que nos ayuden a orientarnos… Un mundo se derrumba. Cuando todo
termine la vida ya no será igual.
Hace apenas unas semanas, decenas de protestas populares se
habían generalizado a escala planetaria, de Hong Kong a Santiago de Chile,
pasando por Teherán, Bagdad, Beirut, Argel, París, Barcelona y Bogotá. El nuevo
coronavirus las ha ido apagando una a una a medida que se extendía, rápido y
furioso, por el mundo… A las escenas de masas festivas ocupando calles y
plazas, suceden las insólitas imágenes de avenidas vacías, mudas, espectrales.
Emblemas silenciosos que marcarán para siempre el recuerdo de este extraño
momento.
Estamos padeciendo en nuestra propia existencia el famoso
‘efecto mariposa’ : alguien, al otro lado del planeta, se come un extraño
animal y tres meses después, media humanidad se encuentra en cuarentena… Prueba
de que el mundo es un sistema en el que todo elemento que lo
compone, por insignificante que parezca, interactúa con otros y acaba por
influenciar el conjunto.
Angustiados, los ciudadanos vuelven sus ojos hacia la ciencia
y los científicos -como antaño hacia la religión- implorando el
descubrimiento de una vacuna salvadora cuyo proceso requerirá largos meses.
Porque el sistema inmunitario humano necesita tiempo para producir anticuerpos,
y algunos efectos secundarios peligrosos pueden tardar en manifestarse…
La gente busca también refugio y protección en el Estado que,
tras la pandemia, podría regresar con fuerza en detrimento del Mercado. En
general, el miedo colectivo cuanto más traumático más aviva el deseo de Estado,
de Autoridad, de Orientación. En cambio, las organizaciones internacionales y
multilaterales de todo tipo (ONU, Cruz Roja Internacional, G7, G20, FMI, OTAN,
Banco Mundial, OEA, OMC, etc.) no han estado a la altura de la tragedia, por su
silencio o por su incongruencia. El planeta descubre, estupefacto, que no hay
comandante a bordo… Desacreditada por su complicidad estructural con las
multinacionales farmacéuticas[2], la propia
Organización Mundial de la Salud (OMS) ha carecido de suficiente autoridad para
asumir, como le correspondía, la conducción de la lucha global contra la nueva
plaga.
Mientras tanto, los Gobiernos asisten impotentes a la
irrefrenable diseminación por todos los continentes[3] de esta
peste nueva. Contra la cual no hay ni vacuna, ni medicamento, ni cura, ni
tratamiento que elimine el virus del organismo[4]… Y eso va a
durar[5]… Mientras el
germen siga presente en algún país, las re-infecciones serán inevitables y
cíclicas. Lo más probable es que esta epidemia no logre pararse antes de que el
microbio haya contagiado en torno al 60% de la humanidad.
Lo que parecía distópico y propio de dictaduras de ciencia
ficción se ha vuelto ‘normal’. Se multa a la gente por salir de su casa a
estirar las piernas, o por pasear su perro. Aceptamos que nuestro móvil nos
vigile y nos denuncie a las autoridades. Y se está proponiendo que quien
salga a la calle sin su teléfono sea sancionado y castigado con prisión.
El largo autismo neoliberal es ampliamente criticado, en
particular a causa de sus políticas devastadoras de privatización a ultranza de
los sistemas públicos de salud que han resultado criminales, y se revelan
absurdas. Como ha dicho Yuval Noah Harari : « Los Gobiernos que
ahorraron gastos en los últimos años recortando los servicios de salud, ahora
gastarán mucho más a causa de la epidemia[6]. » Los
gritos de agonía de los miles de enfermos muertos por no disponer de camas en
las Unidades de Cuidados Intensivos (UCI) condenan para largo tiempo a los
fanáticos de las privatizaciones, de los recortes y de las políticas
austeritarias.
Se habla ahora abiertamente de nacionalizar, de relocalizar,
de reindustrializar, de soberanía farmacéutica y sanitaria. Se vuelve a usar una
palabra que los neoliberales estigmatizaron, acorralaron y desterraron:
solidaridad. La economía mundial se encuentra paralizada por la primera
cuarentena global de la historia. En el mundo entero hay crisis, a la vez, de
la demanda y de la oferta. Unos ciento setenta países (del ciento noventa y
cinco que existen) tendrán un crecimiento negativo en 2020. O sea, una tragedia
económica peor que la Gran Recesión de 1929. Millones de empresarios y de
trabajadores se preguntan si morirán del virus o de la quiebra y del paro.
David Beasley, Director ejecutivo del Programa Alimentario
Mundial (PAM), ha alertado sobre la situación catastrófica que se
avecina: «Estamos al borde de una ‘pandemia de desnutrición’. El número
de personas que sufren de hambre severa podría duplicarse de aquí a final de
año, superando la cifra de 250 millones de personas…[7] » Nadie
sabe quién se ocupará del campo, si se perderán las cosechas, si faltarán los
alimentos, si regresaremos al racionamiento… El apocalipsis está golpeando a
nuestra puerta.
La única lucecita de esperanza es que, con el planeta en modo
pausa, el medio ambiente ha tenido un respiro. El aire es más transparente, la
vegetación más expansiva, la vida animal más libre. Ha retrocedido la
contaminación atmosférica que cada año mata a millones de personas. De
pronto, lavada de la mugre de la polución, la naturaleza ha vuelto a lucir tan
hermosa… Como si el ultimátum a la Tierra que nos lanza el coronavirus fuese
también una desesperada alerta final en nuestra suicida ruta hacia el cambio
climático: «¡Ojo! Próxima parada: colapso. »
En la escena geopolítica, la espectacular irrupción de un
actor desconocido -el nuevo coronavirus- ha desbaratado por completo el tablero
de ajedrez del sistema-mundo. En todos los frentes de guerra -Libia, Siria,
Yemen, Afganistán, Sahel, Gaza, etc.-, los combates se han suspendido… La peste
ha impuesto de facto, con más autoridad que el propio Consejo de
Seguridad, una efectiva Pax Coronavírica…
En política internacional, la pavorosa gestión de esta crisis
por el presidente Donald Trump asesta un golpe muy duro al liderazgo mundial de
los Estados Unidos que no han sabido ayudarse ellos ni ayudar a nadie. China en
cambio, después de un comienzo errático en el combate contra la nueva plaga, ha
conseguido recobrarse, enviar ayuda a un centenar de países, y parece sobreponerse
al mayor trauma sufrido por la humanidad desde hace siglos. El devenir del
nuevo orden mundial podría estar jugándose en estos momentos…
De todos modos, la impactante realidad es que las potencias
más poderosas y las tecnologías más sofisticadas han resultado incapaces de
frenar la expansión mundial de la covid-19[8], enfermedad causada
por el coronavirus SARS-CoV-2[9], el nuevo gran
asesino planetario.
EL CORONAVIRUS
La cifra de víctimas no cesa de crecer… A la hora en que
redactamos estas líneas, el número de fallecidos supera los ciento cincuenta
mil… El de los contaminados sobrepasa los dos millones y medio… Y los
confinados en sus viviendas son más de cuatro mil millones… Esto último tampoco
había ocurrido jamás… Las palabras ‘confinamiento’ y ‘cuarentena’ que
parecían pertenecer a tiempos olvidados y al léxico medieval se han convertido
en vocablos usuales. Los que mejor ilustran finalmente nuestra actual anormal
normalidad.
Hay controversia, al más alto nivel[10], sobre el
origen de este virus aparecido en Wuhan (Hubei, China). Como no se ha
identificado todavía al ‘paciente cero’[11], o sea el
primer contagio de animal a humano, varias especulaciones circulan. Por
una parte, autoridades de Pekín acusaron al ejército estadounidense de haber
fabricado el germen en un laboratorio militar de Fort Detrick (Frederick,
Maryland) como arma bacteriológica para frenar el ascenso chino en
el mundo, y de haberlo dispersado en China con ocasión de los Juegos Militares
Mundiales, una competición disputada en octubre de 2019, precisamente… en Wuhan[12]. Por otra
parte, en Estados Unidos, el propio presidente Trump incriminó repetidas veces
a Pekín[13], después de
que el influyente senador republicano de Arkansas, Tom Cotton, presentado a
veces como el próximo director de la Central Intelligence Agency (CIA), culpara
a científicos militares chinos[14] de
haber producido el nuevo germen en un laboratorio «de virología y
bioseguridad» localizado también… en Wuhan[15].
Ampliamente difundidas por los adeptos conspiracionistas de
las ‘teorías del complot’ de ambos bandos, estas versiones contradictorias (hay
otras[16]) han
circulado mucho por las redes sociales[17]. Tienen
escaso fundamento. Estudios científicos solventes descartan que el nuevo
coronavirus sea un arma biológica de diseño liberada intencionadamente o por
accidente[18] :
« Nuestros análisis demuestran claramente que el SARS-CoV-2 no es una
construcción de laboratorio ni un virus deliberadamente manipulado[19]. »
afirmó tajantemente el profesor de la Universidad de Sydney (Australia) Edward
C. Holmes, el mejor experto mundial del nuevo patógeno.
Ignoramos aún muchas cosas de este agente infeccioso :
no sabemos, por ejemplo, si ya ha mutado o si va a mutar… Ni por qué infecta
más a los hombres que a las mujeres. Ni cuáles son los determinantes que hacen
que dos personas de características semejantes -jóvenes, sanas, sin patologías
asociadas- desarrollan formas opuestas de la enfermedad, leve una, grave o
mortal la otra. Ni por qué los niños casi nunca tienen formas graves de
la infección. Ni si los enfermos curados siguen transmitiendo la plaga, ni si
quedan realmente inmunizados…
Pero existe un amplio acuerdo entre los investigadores
internacionales[20] para
reconocer que este nuevo germen ha surgido del mismo modo que otros
anteriormente : saltando de un animal a los seres
humanos… Murciélagos, pájaros y varios mamíferos (en particular los cerdos)
albergan naturalmente múltiples coronavirus. En los humanos, hay siete tipos de
coronavirus conocidos que pueden infectarnos. Cuatro de ellos causan diversas
variedades del resfriado común. Y otros tres, de aparición reciente,
producen trastornos mucho más letales como el síndrome respiratorio agudo y
grave (SARS), emergido en 2002 ; el síndrome respiratorio de Oriente Medio
(MERS), surgido en 2012 ; y por último esta nueva enfermedad, la covid-19,
causada por el SARS-CoV-2, cuyo primer brote se detectó, como ya dijimos, en el
mercado de mariscos de Wuhan en diciembre de 2019. Este nuevo germen tendría al
murciélago como ‘huesped original’ y a otro animal aún no formalmente
identificado -¿el pangolín[21] ?-,
como ‘huésped intermedio’ desde el cual, después de volverse particularmente
peligroso, habría saltado a los humanos.
Lo que no se acaba de entender es ¿por qué, si ya convivimos
con otros seis coronavirus y los tenemos globalmente controlados, este nuevo
patógeno ha provocado tal colosal pandemia? ¿Qué tiene de particular este
germen? ¿Por qué su rapidez de infectación ha desbordado las previsiones de las
mejores autoridades sanitarias del mundo?
Sin duda, como se ha repetido mucho, condiciones ajenas al
virus como la velocidad actual de las comunicaciones, la hipermovilidad y la
intensidad de los intercambios en la era de la globalización han favorecido su
propagación. Obvio. Pero entonces ¿por qué el SARS en 2002 o el MERS en 2012, también
causados por nuevos coronavirus, no se ‘globalizaron’ de igual manera en todo
el planeta?
Para responder a estas preguntas, lo primero que hay que
recordar es que «los virus son inquietantes porque no están vivos ni
muertos. No están vivos porque no pueden reproducirse por sí mismos. No están
muertos porque pueden entrar en nuestras células, secuestrar su maquinaria y
replicarse. Y en eso son eficaces y sofisticados porque llevan millones de años
desarrollando nuevas maneras de burlar nuestro sistema inmune[22]. » Pero
lo que distingue específicamente al SARS-CoV-2 de otros
virus asesinos es precisamente su estrategia de irradiación silenciosa.
O sea, su capacidad de propagarse sin levantar sospechas, ni siquiera en su
propia víctima. Por lo menos durante los primeros días del contagio en los que
la persona infectada no presenta ningún síntoma de la
enfermedad.
Ignoramos con certeza por qué el virus viaja tan rápidamente,
pero lo que sabemos es que, desde el momento en que penetra -por los ojos, la
nariz o la boca- en el cuerpo de su víctima ya comienza a replicarse de modo exponencial…
Según la investigadora Isabel Sola, del Centro Nacional de Biotecnología de
España : « Una vez dentro de la primera célula humana, cada
coronavirus genera hasta 100.000 copias de sí mismo en menos de 24 horas…[23] » Pero
además, otro rasgo singular y astuto de este patógeno es que, al invadir un
cuerpo humano, concentra su primer ataque, cuando aún es indetectable,
en el tracto respiratorio superior de la persona infectada, desde la nariz a la
garganta, donde se replica con frenética intensidad. Desde ese momento, ya esa
persona –que no siente nada– se convierte en una potente bomba
bacteriológica y empieza a diseminar masivamente en su entorno -simplemente al
hablar o al respirar- el virus letal…
Esta es la característica principal, la fatal singularidad de
este nuevo coronavirus. En China, hasta el 86% de los contagios se debieron a
personas asintomáticas, sin signos detectables de la
infección. En la Universidad de Oxford, un grupo de investigadores demostró que
hasta la mitad de los contagios por el SARS-CoV-2 se debe a
individuos no diagnosticados y sin síntomas aparentes.
Sólo una minoría de contagiados padece el segundo ataque del
germen, concentrado esta vez en los pulmones, de manera similar al SARS de
2002 (aunque la carga viral del nuevo coronavirus es mil veces superior a
la del SARS), provocando neumonías que pueden llegar a ser letales, sobre todo
en personas mayores de 65 años con enfermedades crónicas.
Como el número de contagiados es masivo y simultáneo,
esta minoría -que representa un 15% de todos los infectados -y
que es la que acudirá a los hospitales-, puede alcanzar con celeridad cifras
muy elevadas según el volumen de población… Como lo hemos visto en China, Irán,
Italia, España, Francia, Reino Unido o Estados Unidos, basta con que varios
miles de personas acudan al mismo tiempo a las urgencias de
los hospitales para colapsar todo el sistema sanitario de cualquier país por
muy desarrollado que sea[24]…
En Wuhan, Teherán, Milán, Madrid, París, Londres o Nueva
York, médicos y enfermeros se vieron pronto totalmente sobrepasados. Faltaron
mascarillas, gel desinfectante, material de protección para el personal
sanitario, camas en las UCI, respiradores, etc. En varias ciudades (Wuhan,
Madrid, Nueva York), las autoridades, desbordadas, tuvieron que echar mano de
las Fuerzas Armadas o de voluntarios civiles para construir a toda velocidad
hospitales improvisados de miles de camas. En casi todas partes, las
autoridades confesaron que no habían previsto semejante avalancha de enfermos,
« un continuo tsunami de pacientes en estado grave…[25]
UNA PANDEMIA MUY ANUNCIADA
Ante el alud de críticas por lo que la opinión pública
percibió como una ‘mala gestión’ de la pandemia, algunos gobernantes
argumentaron también que la celeridad del ataque pandémico les había pillado
por sorpresa… Donald Trump, por ejemplo, no dudó en afirmar repetidas veces
-cuando se produjeron en su país las primeras muertes por coronavirus, meses
después de China o de Europa-, que « nadie sabía que habría una
pandemia o una epidemia de esta proporción », y que se trataba de un
« problema imprevisible », « algo que nadie
esperaba », « surgido de ninguna parte »…[26]
Se pueden decir muchas cosas para explicar la escasa
preparación de las autoridades ante este brutal azote, pero el argumento de la
sorpresa no es de recibo. Primero, porque hay un proverbio famoso en salud
pública: «Los brotes son inevitables, las epidemias no. » Segundo,
porque decenas de autores de ficción y de ciencia ficción -desde James Graham
Ballard a Stephen King pasando por Cormac McCarthy o el cineasta Steven Soderbergh
en su película Contagio (2011)- describieron en detalle la
pesadilla sanitaria apocalíptica que amenazaba al mundo. Tercero, porque
personalidades visionarias – Rosa Luxemburgo, Gandhi, Fidel Castro, Hans Jonas,
Ivan Illich, Jürgen Habermas- avisaron, desde hace tiempo, que el saqueo y el
pillaje del medio ambiente podrían tener consecuencias sanitarias nefastas.
Cuarto, porque epidemias recientes como el SARS de 2002, la gripe aviar de 2005[27], la gripe
porcina de 2009[28] y el
MERS de 2012 ya habían alcanzado niveles de pandemia incontenible en algunos
casos y habían causado miles de muertos en todo el planeta. Quinto, porque
cuando se produjo la primera muerte por el nuevo coronavirus en Estados Unidos,
el 10 de marzo de 2020 en Nueva Jersey -como ya hemos dicho-, hacía
casi tres meses que la epidemia había estallado en Wuhan y
había desbordado rápidamente todo el sistema sanitario tanto en China como en
varias naciones europeas ; o sea, hubo tiempo para prepararse. Y sexto,
porque decenas de prospectivistas y varios informes recientes habían lanzado
advertencias muy serias sobre la inminencia del surgimiento de
algún tipo de nuevo virus que podría causar algo así como la madre de todas las
epidemias.
El más importante quizás de estos análisis fue presentado, en
noviembre de 2008, por el National Intelligence Council (NIC), la oficina de
anticipación geopolítica de la CIA, que publicó para la Casa Blanca un informe
titulado « Global Trends 2025 : A Transformed World» [29] . Este documento resultaba de la
puesta en común -revisada por las agencias de inteligencia de Estados Unidos-
de estudios elaborados por unos dos mil quinientos expertos independientes de
universidades de unos treinta y cinco países de Europa, China, la India,
África, América Latina, mundo árabe-musulmán, etc.
Con insólito sentido de anticipación, el documento
confidencial anunciaba, para antes de 2025, “la aparición de una enfermedad
respiratoria humana nueva, altamente transmisible y virulenta para la cual no
existen contramedidas adecuadas, y que se podría convertir en una pandemia
global.” El informe avisaba que “la aparición de una enfermedad
pandémica depende de la mutación o del reordenamiento genético de cepas de
enfermedades que circulan actualmente, o de la aparición de un nuevo patógeno
en el ser humano que podría ser una cepa de influenza aviar altamente patógena
como el H5N1, u otros patógenos, como el SARS coronavirus, que
también tienen este potencial. »
El informe advertía, con impresionante antelación, que
« si surgiera una enfermedad pandémica, probablemente ocurriría en un
área marcada por una alta densidad de población y una estrecha asociación entre
humanos y animales, como muchas áreas del sur de China y del sudeste de Asia,
donde no están reguladas las prácticas de cría de animales silvestres lo
cual podría permitir que un virus mute y provoque una enfermedad zoonótica
potencialmente pandémica… »
Los autores también preveían el riesgo de una respuesta
demasiado lenta de las autoridades: “Podrían pasar semanas antes de obtener
resultados de laboratorio definitivos que confirmen la existencia de una
enfermedad nueva con potencial pandémico. Mientras tanto, los enfermos
empezarían a aparecer en las ciudades del sureste asiático. A pesar de los
límites impuestos a los viajes internacionales, los viajeros con leves síntomas
o personas asintomáticas podrían transmitir la enfermedad a otros
continentes.” De tal modo que “olas de nuevos casos ocurrirían en pocos
meses. La ausencia de una vacuna efectiva y la falta universal de inmunidad
convertiría a las poblaciones en vulnerables a la infección. En el peor de los
casos, de decenas a cientos de miles de estadounidenses, dentro de los Estados
Unidos, enfermarían, y las muertes, a escala mundial, se calcularían en
millones».
Como si ese documento no fuera suficiente, otro informe más
reciente, de enero de 2017, elaborado esta vez por el Pentágono y también
destinado al presidente de Estados Unidos (que ya era Donald Trump), alertó de
nuevo claramente que “la amenaza más probable y significativa para los
ciudadanos estadounidenses es una nueva enfermedad respiratoria” y que, en
ese escenario, « todos los países industrializados, incluido Estados
Unidos, carecerían de respiradores, medicamentos, camas hospitalarias, equipos
de protección y mascarillas para afrontar una posible pandemia [30]».
A pesar de tan explícitas y repetidas advertencias,
Donald Trump no dudó en deshacerse, unos meses después de este último informe
(!), del Comité encargado -en el seno del Consejo de Seguridad Nacional- de la
Protección de la Salud Global y la Biodefensa, presidido por el almirante
Timothy Ziemer, un reconocido experto en epidemiología[31]. Ese Comité
de técnicos era precisamente el que debía liderar la toma de decisiones en caso
de una nueva pandemia… « Pero –explica el periodista Lawrence
Wright, que entrevistó a Ziemer y a todos los miembros de ese Comité- Trump
eliminó a quienes más sabían sobre este asunto… Uno de tantos errores colosales
del presidente de Estados Unidos. Los anales mostrarán que ha sido responsable
de uno de los fallos de salud pública más catastróficos de la historia de este
país. Si hubiera escuchado, hace meses, las advertencias de los servicios de
inteligencia y de los expertos en salud pública sobre la grave amenaza que
suponía el brote de coronavirus en China, la actual explosión de casos de
covid-19 podía haberse evitado.[32]”
Hubiese bastado también que Trump y otros dirigentes
mundiales escucharan los repetidos avisos de alerta difundidos por la propia
OMS. En particular el grito de alarma que esta organización lanzó en septiembre
de 2019, o sea la víspera del primer ataque del nuevo coronavirus en Wuhan.
La OMS no dudaba en prevenir que la próxima plaga podía ser apocalíptica:
« Nos enfrentamos a la amenaza muy real de una pandemia
fulminante, sumamente mortífera, provocada por un patógeno respiratorio que
podría matar de 50 a 80 millones de personas y liquidar casi el 5% de la
economía mundial. Una pandemia mundial de esa escala sería una
catástrofe y desencadenaría caos, inestabilidad e inseguridad generalizadas. El
mundo no está preparado. [33]»
Con mayor precisión aún si cabe, otro informe anterior ya
había avisado sobre el peligro específico de los nuevos coronavirus: « La
presencia de un gran reservorio de virus similares al SARS-CoV en los
murciélagos de herradura, junto con la cultura de comer mamíferos exóticos en
el sur de China, es una bomba de relojería… La posibilidad del surgimiento de
otro SARS causado por nuevos coronavirus de animales, no debe ser descartada.
Por lo tanto, es una necesidad estar preparados.[34]”
Entre 2011 y 2019, numerosos científicos no cesaron de hacer
sonar la alarma a propósito de varios brotes infecciosos que, según ellos,
anunciaban una mayor frecuencia de aparición de plagas de propagación
potencialmente rápida, cada vez más difíciles de atajar…[35] El
propio ex-presidente Barack Obama, en diciembre de 2014, señaló que se debía
invertir en infraestructuras sanitarias para poder enfrentar la posible llegada
de una epidemia de nuevo tipo. Incluso recordó que siempre se puede presentar
un azote similar a la « gripe de Kansas » (mal llamada
« española ») de 1918 : « Probablemente puede que llegue
un momento en el que tengamos que enfrentar una enfermedad mortal, y
para poder lidiar con ella, necesitamos infraestructuras, no sólo aquí en
Estados Unidos sino también en todo el mundo para conseguir detectarla y
aislarla rápidamente.[36] »
Es bien conocido también que, en 2015, Bill Gates, fundador
de Microsoft, avisó que estaban reunidas todas las condiciones para la
aparición de un nuevo azote infeccioso que podría fácilmente ser desperdigado
por el mundo por los enfermos asintomáticos: «Puede que surja un
virus -explicó- con el que las personas se sientan lo
suficientemente bien, mientras estén infectadas, para subirse a un avión o ir
al supermercado… Y eso haría que el virus pudiera extenderse por todo el mundo
de manera muy rápida… El Banco Mundial calcula que una epidemia
planetaria de ese tipo costaría no menos de tres billones de dólares, con
millones y millones de muertes…[37] »
O sea, mal que le pese a Donald Trump y a aquellos dirigentes
que hablaron de «sorpresa» o de « estupor », la
realidad es que se conocía, desde hacía años, el peligro inminente de la
irrupción de un nuevo coronavirus que podía saltar de animales
a humanos, y provocar una terrorífica pandemia… «La ciencia sabía que iba a
ocurrir. Los Gobiernos sabían que podía ocurrir, pero no se molestaron en
prepararse. – explica el veterano reportero y divulgador científico David
Quammen quien, para escribir su libro Contagio[38] (Spillover.
Animal infections and the next human pandemic), recorrió los cuatro
rincones del planeta persiguiendo a los virus zoonóticos, es decir los
que saltan de los animales a los humanos – Los avisos
decían: podría ocurrir el año próximo, en tres años, o en ocho. Los políticos
se decían: no gastaré el dinero por algo que quizá no ocurra bajo mi mandato.
Este es el motivo por el que no se gastó dinero en más camas de hospital, en
unidades de cuidados intensivos, en respiradores, en máscaras, en guantes… La
ciencia y la tecnología adecuada para afrontar el virus existen. Pero no había
voluntad política. Tampoco hay voluntad para combatir el cambio climático. La
diferencia entre esto y el cambio climático es que esto está matando más rápido.[39] »
En otras palabras, esta pandemia es la catástrofe más
previsible en la historia de Estados Unidos. Obviamente mucho más que Pearl
Harbor, el asesinato de Kennedy o el 11 de septiembre. Las advertencias sobre
el ataque inminente de un nuevo coronavirus eran sobradas y notorias. No se
necesitaban investigaciones de ningún servicio ultrasecreto de inteligencia
para saber lo que se avecinaba. Se sabía… Lo sabían… El desastre pudo ser
evitado…
CAMBIO CLIMÁTICO
Aunque el origen de todo, como dice David Quammen, reside en
los comportamientos ecodepredadores que nos condenan, si no lo impedimos, a la
fatalidad del cambio climático. Lo que está realmente en causa es el modelo de
producción que lleva decenios saqueando la naturaleza y modificando el clima.
Desde hace lustros, los militantes ecologistas vienen advirtiendo que la
destrucción humana de la biodiversidad está creando las condiciones objetivas
para que nuevos virus y nuevas enfermedades aparezcan: « La
deforestación, la apertura de nuevas carreteras, la minería y la caza son
actividades implicadas en el desencadenamiento de diferentes epidemias -explica,
por ejemplo, Alex Richter-Boix, doctor en biología y especialista en cambio
climático- Diversos virus y otros patógenos se encuentran en los
animales salvajes. Cuando las actividades humanas entran en contacto con la
fauna salvaje, un patógeno puede saltar e infectar animales
domésticos y de ahí saltar de nuevo a los humanos; o
directamente de un animal salvaje a los humanos… Murciélagos, primates e
incluso caracoles pueden tener enfermedades que, en un momento dado, cuando
alteramos sus hábitats naturales, pueden saltar a los humanos. [40]»
Desde hace millones de años, los animales poseen en su
organismo una gran diversidad de virus contra los cuales, durante esa larga convivencia,
han sabido desarrollar inmunidad. Pero cuando el hombre retira a un animal de
su entorno natural, ese equilibrio se rompe, y un virus puede entonces
transmitirse a otra especie con la que el animal no convivió nunca… La
destrucción de los hábitats de las especies salvajes y la invasión de esos
ecosistemas silvestres por proyectos urbanos o industriales crean situaciones
propias para la mutación acelerada de los virus… Es probablemente lo que
ocurrió en Wuhan. Desde hace años, muchas organizaciones animalistas chinas
reclamaban la prohibición permanente del comercio y consumo de animales
salvajes con el fin de conservar las especies y, sobre todo, evitar previsibles
epidemias[41].
Europa y Estados Unidos ignoraron todas estas advertencias. Y
cuando llegó ‘la pandemia de las pandemias’, sus Gobiernos no habían tomado
ninguna precaución, no tenían preparada ninguna estrategia a seguir, ni medidas
de actuación a corto, medio y largo plazo… En cambio, en Asia del Este, los
modelos de gestión de la epidemia fueron más exitosos. Sobre todo en Corea del
Sur. En uno de los artículos más comentados sobre esta crisis[42], el
intelectual surcoreano residente en Berlín Byung-Chul Han, adepto del dataísmo,
elogió la « biopolítica digital » implementada por el Gobierno
surcoreano y afirmó que los países asiáticos estaban enfrentando esta pandemia
mejor que Occidente porque se apoyaban en las nuevas tecnologías, el big data y
los algoritmos. Minimizando el riesgo de intrusión en la
privacidad : « La conciencia crítica ante la vigilancia
digital -admitió Byung-Chul Han- es, en Asia, prácticamente
inexistente.[43] »
CIBERVIGILANCIA SANITARIA
El nuevo coronavirus se extiende tan rápido y hay tantas
personas infectadas asintomáticas que resulta, en efecto, imposible trazar su
expansión a mano. La mejor manera de perseguir a un microorganismo tan
indetectable es usando un sistema computarizado, gracias a los dispositivos de
los teléfonos móviles, que calcule cuánta gente estuvo cerca del infectado[44]. Corea del
Sur, Singapur y China citados a menudo como naciones que han tenido éxito
frente al coronavirus, han aplicado en particular estrategias de macrodatos y
vigilancia digital para mantener las cifras de infección bajo control. Este
« solucionismo tecnológico[45] »,
supone el sacrificio de una parte de la privacidad individual. Y eso,
evidentemente, plantea problemas.
En Corea del Sur, las autoridades crearon una aplicación
para smartphones pensada para tener un mayor control sobre la
expansión del coronavirus mediante el seguimiento digital de los ciudadanos
presentes en zonas de contagio o que padecen la enfermedad… Esa app se
llama “Self-Quarantine Safety Protection“, y ha sido desarrollada por el
Ministerio del Interior y Seguridad. La app descubre si un
ciudadano ha estado en zonas de riesgo. Sabe si su test es o no positivo. Si es
positivo le ordena confinarse en cuarentena. También rastrea los movimientos de
todos los infectados y localiza los contactos de cada uno de ellos. Los lugares
por los que anduvieron los contagiados se dan a conocer a los teléfonos móviles
de aquellas personas que se encontraban cerca. Y todas ellas son enviadas en
cuarentena. Cuando los ciudadanos reciben la orden de confinamiento de su
centro médico local, se les prohíbe legalmente abandonar su
zona de cuarentena -generalmente sus hogares- y se les obliga a mantener una
separación estricta de las demás personas, familiares incluidos.
La app también permite realizar un
seguimiento por dispositivo vía satélite GPS (Global Positioning System)
de cada persona sospechosa. Si ésta sale de su área de confinamiento asignada,
la app lo sabe inmediatamente y envía una alerta tanto al
sospechoso como al oficial que controla su zona. La multa por desobediencia
puede alcanzar hasta 8 000 dólares. La app también envía
avisos de nuevos casos de coronavirus al vecindario o a zonas cercanas. El
objetivo es garantizar un mayor control del virus al saber, en todo momento,
dónde se encuentran tanto los ciudadanos infectados como los que se hallan en
cuarentena[46].
En Singapur, una nación altamente vigilada, la Agencia
Tecnológica estatal y el Ministerio de Salud lanzaron en marzo pasado una app muy
parecida: TraceTogether, para teléfono móvil que puede identificar,
retrospectivamente, a todos los contactos cercanos de cada persona y avisarles
si un familiar, un amigo o conocido contrajo el virus. Los ciudadanos pueden
ser rastreados mediante una combinación sofisticada de imágenes de cámaras de
seguridad, geolocalización telefónica e investigación policial realizada por
auténticos «detectives de enfermedades » con la asistencia eventual del
departamento de investigación criminal, la oficina antinarcóticos y los
servicios de inteligencia de la policía … El ‘Acta de Enfermedades Infecciosas
de Singapur’ hace obligatoria, por ley, la cooperación de los ciudadanos con la
policía. Un caso único en el mundo. El castigo por indisciplina puede ser una
multa de hasta 7 000 dólares, o cárcel por seis meses, o ambas.
También China ha puesto a punto una aplicación
parecida, HealthCheck, que se instala en los móviles a través de
sistemas de mensajería como WeChat o Alipay, y
genera un «código de salud » graduado en verde, naranja o rojo, según la
libertad de movimiento permitida a cada ciudadano (desplazamiento libre,
cuarentena de una semana, o de quatorce días). En unas doscientas ciudades
chinas, la gente está usando HealthCheck para poder moverse
con mayor libertad, a cambio de entregar información sobre su vida privada.
Esta app se ha mostrado tan eficaz que la propia OMS está
inspirándose en ella con el fin de desarrollar un software semejante
llamado MyHealth.
Este « modelo surcoreano », adoptado por estos
países y también por Hong Kong y Taiwán[47], está basado
en el uso masivo de datos y asociado a diversos sistemas de
« videoprotección ». Hasta hace poco nos hubiera parecido distópico y
futurista, pero ya está siendo imitado igualmente en Alemania, Reino Unido,
Francia, España y otras democracias occidentales.
Hay que decir que, desde hace unos años, algunos Estados y
las grandes operadoras privadas de telefonía móvil han atesorado billones de
datos y saben exactamente dónde se encuentra cada uno de sus numerosos
usuarios. Google y Facebook también han conservado montañas de datos que
podrían ser utilizados, con el pretexto de la pandemia, para una vigilancia
intrusiva masiva. Y además, aplicaciones de citas con coordenadas urbanas, como
Happn o Tinder, podrían servir ahora para detectar infectados… Sin olvidar que
Google maps, Uber, Grab, Cabify o Waze también conocen las rutas y el
historial de sus millones de clientes…
En todas partes, el control digital se ha acelerado. En
España, por ejemplo, la Secretaría de Estado de Digitalización e Inteligencia
Artificial puso en marcha, el pasado 1 de abril, un programa ‘Datacovid’ para
rastrear 40 millones de móviles y controlar los contagios. Por su parte, la
empresa ferroviaria RENFE obligará a los pasajeros a dar su nombre y su número
de móvil para comprar un billete de transporte.
En Italia, los principales proveedores de telefonía móvil y
de Internet han decidido compartir los datos sensibles, pero anónimos, de sus
clientes con el Grupo de trabajo para la prevención de la epidemia formado en
el Ministerio de Ciencia e Innovación. En la región de Lombardía se usa la
geolocalización por GPS en cooperación también con los teleoperadores de
telefonía móvil. Se rastrea de forma anónima los movimientos de las personas.
Así se pudo constatar que, a pesar de las medidas de confinamiento, los
desplazamientos sólo se habían reducido en un 60%… Mucho menos de lo esperado.
En Israel, el Gobierno decidió igualmente hacer uso de las
‘tecnologías antiterroristas de vigilancia digital’ para rastrear a los
pacientes diagnosticados con el coronavirus. El Ministerio de Justicia dio luz
verde para usar ‘herramientas de rastreo de inteligencia’ y monitorear
digitalmente a los pacientes infectados, mediante el uso de Internet y de la
telefonía móvil, sin la autorización de los usuarios. Aunque
admitieron « cierta invasión de la privacidad », las
autoridades explicaron que el objetivo es « aislar el coronavirus
y no a todo el país » verificando con quién entraron en contacto los
infectados, qué sucedió antes y qué pasó después… [48]
En esa misma perspectiva, a escala global, los dos gigantes
digitales planetarios Google y Apple decidieron asociarse para rastrear los
contactos de los afectados por la pandemia. Recientemente, anunciaron que
trabajarán juntos en el desarrollo de una tecnología que permitirá a los
dispositivos móviles intercambiar información a través de conexiones Bluetooth
para alertar a las personas cuando hayan estado cerca de alguien que dio positivo
por el nuevo coronavirus[49].
La covid-19 se ha convertido, de ese modo, en la primera
enfermedad global contra la que se lucha digitalmente. Y claro, eso da lugar a
un debate, como decíamos, sobre los riesgos para la privacidad individual.
Hasta algunos defensores del sistema de cibervigilancia lo reconocen: «El
hecho de que la app geolocalice a la persona y que, según
determinados datos, establezca una especie de semáforo que sirva como
certificado para salir a la calle puede chocar con la privacidad. [50]»
No cabe duda de que el rastreo de los teléfonos móviles,
aunque sea para una buena causa, abre la puerta a la posibilidad de una
vigilancia masiva digital. Tanto más cuanto que las aplicaciones que
identifican a cada instante dónde estás pueden contárselo todo al Estado… Y
eso, cuando pase la pandemia, podría generalizarse y convertirse en la nueva
normalidad… El Estado va a querer acceder también a los expedientes médicos de
los ciudadanos y a otras informaciones hasta ahora protegidas por la
privacidad. Y cuando se haya acabado con este azote, las autoridades, en
el mundo entero, podrían desear utilizar la vigilancia para sencillamente mejor
controlar la sociedad. Como ocurrió con las legislaciones antiterroristas
(pensemos en el USA Patriot Act[51])
después de los atentados del 11 de septiembre de 2001.
Paraísos de la cibervigilancia, Corea del Sur, Singapur,
Taiwán y China podrían erigirse en los modelos del porvenir. Sociedades en las
que impera una suerte de coronóptikon[52], en donde la
intrusión en la vida privada y la hipervigilancia tecnológica se convierten en
algo habitual. De hecho, una reciente encuesta de opinión en Europa sobre la
aceptación o no de una aplicación en el teléfono móvil que permita rastrear a
los infectados por el coronavirus mostró que el 75% de los encuestados estaría
de acuerdo[53]. De ese
modo, los Gobiernos -incluso los más democráticos -, podrían erigirse en los
Big Brother de hoy, no dudando en transgredir sus propias leyes para vigilar
mejor a los ciudadanos[54]. Las medidas
‘excepcionales’ que están adoptando los poderes públicos ante la alarma
pandémica, podrían permanecer en el futuro, sobre todo las relativas a la
cibervigilancia y el biocontrol. Tanto los Gobiernos, como Google, Facebook o
Apple podrían aprovechar nuestra actual angustia para hacernos renunciar a una
parte importante de nuestros secretos íntimos. Después de todo, pueden
decirnos, durante la pandemia, para salvar vidas, habéis aceptado sin protestar
que otras libertades hayan sido absolutamente restringidas…
EL JABÓN Y LA MÁQUINA DE COSER
No cabe duda de que la geolocalización y el rastreo de la
telefonía móvil sumados al uso de los algoritmos de predicción, las
aplicaciones digitales sofisticadas y el estudio computarizado de modelos
estadísticos muy fiables han ayudado a cierto control de los contagios. Pero
también es cierto que, no obstante, lo que afirma Byung-Chul Han, este derroche
de tecnologías futuristas no ha resultado suficiente y definitivo para combatir
la expansión de la covid-19. Ni siquiera en Corea del Sur, China, Taiwán, Hong
Kong, Vietnam o Singapur…
El relativo éxito de estos países contra la covid-19 se
explica sobre todo por la experiencia adquirida en su larga lucha, entre 2003 y
2018, contra el SARS y el MERS, las dos epidemias precedentes causadas también
por coronavirus… El SARS -que fue el primer virus letal impulsado por la
hiperglobalización- saltó a los humanos desde las civetas,
otro mamífero vendido en mercados de China. Transportado por los vuelos
comerciales globalizados, ese microorganismo se expandió por el mundo llegando
a una treintena de países. Durante el tiempo que duró la epidemia -contra la
cual tampoco había vacuna ni tratamiento terapéutico- se confirmaron cerca de
10 000 infectados y casi 800 muertes[55]… En 2012,
cuando apenas esas naciones terminaban de controlar la epidemia de SARS, surgió
el MERS, causado por otro coronavirus que saltó esta vez de
camellos a humanos en Oriente Medio.
Ninguna de estas dos plagas llegó a Europa ni a Estados
Unidos. Lo cual explica también, en parte, por qué los Gobiernos europeos y
estadounidense reaccionaron tarde y mal ante la pandemia. Carecían de
experiencia… Mientras que China, Taiwán, Hong Kong, Singapur y Vietnam
padecieron el cruel embate del SARS… Y Corea del Sur tuvo que enfrentar además,
en 2015, un brote particularmente dañino de la epidemia del MERS[56]…
Contra esos dos nuevos coronavirus, en situación de urgencia
absoluta, y sin que ninguna potencia occidental acudiese en su ayuda, todas
estas naciones asiáticas no perdieron tiempo experimentando tecnologías
digitales para frenar los contagios. Echaron mano de disposiciones de
salud pública del pasado que los epidemiólogos conocían bien porque, frente a
numerosas epidemias, como ya hemos dicho, desde la Edad Media, se habían
empleado con eficacia… Perfeccionadas y afinadas desde el siglo XIV, medidas
como la cuarentena, el aislamiento social, las zonas restringidas, el cierre de
fronteras, el corte de carreteras, la distancia de seguridad y el seguimiento
de los contactos de cada infectado, se aplicaron de inmediato… Sin recurrir a
tecnologías digitales, las autoridades se basaron en una convicción bien
sencilla: si por arte de magia todos los habitantes permaneciesen inmóviles en
donde están durante catorce días, a metro y medio de distancia entre sí, toda
la pandemia se detendría al instante.
A partir de entonces, el uso de mascarillas se generalizó en
toda Asia. Y se crearon decenas de fábricas especializadas en la producción
masiva de tapabocas de protección… Las revisiones de fiebre con termómetros
infrarrojos digitales en forma de pistola se volvieron rutinarias. En las
ciudades de los países asiáticos afectados, se hizo habitual, desde 2003, la
toma de la temperatura de la gente antes de entrar a un autobús, un tren, una
estación del metro, un edificio de oficinas, una fábrica, una discoteca, un
teatro, un cine o incluso un restaurante… También se hizo obligatorio lavarse
las manos con agua clorada[57] o
jabón. En los hospitales -como se hacía en el siglo XIX- las áreas se
dividieron en zonas “limpias” y “sucias”, y los equipos médicos no cruzaban de
una a otra. Se construyeron tabiques para separar alas completas ; el
personal sanitario entraba por un extremo de la sala enfundado en escafandras
protectoras y salía por el extremo opuesto desinfectado bajo la inspección de
enfermeros…
Toda esa zona de Asia del Este vivió entonces, por vez
primera, lo que estamos viviendo nosotros a escala planetaria. Ahí, en Corea
del Sur particularmente, se realizaron entonces -y no fue por casualidad-
algunas de las mejores películas post-apocalípitcas sobre el tema del contagio
fulminante: Virus (2013), de Kim Sung-soo y Tren a
Busán (2016), de Yeon Sang-ho.
Con el SARS y el MERS, los Gobiernos de estos países
aprendieron a almacenar, por precaución, ingentes cantidades de equipos de
protección (mascarillas, escudos faciales, guantes, escafandras, gel
desinfectante, batas, etc.). Sabían que, en caso de nuevo brote
epidémico, había que actuar de prisa y agresivamente[58]. Es lo que
hicieron en enero pasado, cuando empezó a extenderse la covid-19. China no
tardó en imponer la cuarentena estricta. Aisló en zonas herméticas a los
infectados y también a sus contactos. No lo hicieron Corea del Sur, ni Japón,
pero todos exigieron la distancia de seguridad y llevar mascarillas higiénicas.
Y multiplicaron masivamente los tests de despistaje.
El caso más paradigmático, en el sureste asiático, es el de
Vietnam. Había sido uno de los países que más velozmente y más decididamente
actuó contra el SARS en 2003. Y aprendió la lección. Cuando el nuevo
coronavirus SARS-CoV-2 empezó a extenderse por la región, las autoridades de
Hanoi aplicaron inmediatamente -con sólo seis personas contagiadas- las medidas
más estrictas de confinamiento y aislamiento. Y en febrero de 2020, anunciaron
haber contenido la pandemia[59]. Fue el
primer país del mundo en vencer al nuevo coronavirus[60]. Todos los
infectados se curaron. No murió ni un solo paciente.
Todo esto demuestra que, a pesar de su importancia, las
tecnologías digitales de localización e identificación no son suficientes para
contener al coronavirus. Además, el empleo generalizado de mascarillas
higiénicas impide una utilización eficaz de los sistemas biométricos de
reconocimiento facial. Desde las primeras semanas, China, Corea del Sur, Hong
Kong, Taiwán y Singapur comprobaron que, a causa del uso masivo de mascarillas
y de protectores oculares, su sistema de biocontrol mediante cámaras de
videoprotección no era efectivo.
O sea, que la espectacular supremacía tecnológica de la que
tanto nos ufanábamos, con nuestros teléfonos inteligentes de última generación,
los drones futuristas, los robots de ciencia ficción y las biotecnologías
innovadoras han servido de poco, como ya lo hemos dicho, a la hora de contener
el primer impacto de la marea pandémica. Para tres objetivos urgentísimos
-desinfectarnos las manos, confeccionar mascarillas y frenar el avance del
virus-, la humanidad ha tenido que recurrir a productos y a técnicas viejos de
varios siglos atrás. Respectivamente: el jabón, descubierto por los romanos
antes de nuestra era ; la máquina de coser, inventada por Thomas Saint en
Londres hacia 1790 ; y, sobre todo, la ciencia del confinamiento y del
aislamiento social, afinada en Europa contra decenas de oleadas de pestes
sucesivas desde el siglo V…[61] Qué
lección de humildad !
SACRIFICANDO A LOS «DEMASIADO VIEJOS»
Son tiempos también de insolidaridad. Los egoísmos nacionales
se han manifestado con sorprendente y brutal rapidez. Estados vecinos y amigos
no han dudado en lanzarse a una « guerra de las mascarillas [62]» o en
apoderarse, cual piratas, de material sanitario destinado a sus socios. Hemos
visto a Gobiernos pagar el doble o el triple del precio de material sanitario
para conseguir los productos e impedir que sean vendidos a otras
naciones. Los medios han mostrado como, en las pistas de los aeropuertos,
contenedores de tapabocas eran arrancados a aviones de carga para desviarlos
hacia otras destinaciones. Italia acusó a la República checa de robarle los
lotes de mascarillas comprados en China y que hacían escala en Praga. Francia
denunció a Estados Unidos por lo mismo. España culpó a Francia… Fabricantes
asiáticos informaron a Gobiernos africanos y latinoamericanos que no podían
venderles por el momento material sanitario porque Estados Unidos y la Unión
Europea pagaban precios superiores[63].
En la vida cotidiana, la suspición y la desconfianza han
crecido. Muchos extranjeros o forasteros, o simplemente ancianos enfermos[64], sospechosos
de introducir el virus, han sido discriminados, perseguidos, apedreados[65], expulsados…
Es cierto que las personas mayores constituyen el grupo con mayor índice de
mortalidad[66]. Ignoramos
por qué. Algunos fanáticos ultraliberales no han tardado en reclamar sin
tapujos la eliminación maltusiana de los más débiles. Un vice-gobernador, en
Estados Unidos, declaró: « Los abuelos deberían sacrificarse y dejarse
morir para salvar la economía.[67] » En
esa misma vena aniquiladora, el analista neoliberal del canal estadounidense
CNBC, Rick Santelli reclamó un ‘darwinismo sanitario’ y pidió « inocular
el virus a toda la población. Eso sólo aceleraría el curso inevitable… Pero los
mercados se estabilizarían[68] ». En
Holanda, donde el primer ministro ultraliberal Mark Rutte apuesta también por la
“inmunidad de rebaño”[69], el jefe de
epidemiología del Centro Médico de la Universidad de Leiden, Frits Rosendaal,
declaró que « no se deben admitir en las UCI a personas demasiado
viejas o demasiado débiles[70] ».
Amenazas dignas de demonios exterminadores de novelas gráficas… Y además
absurdas porque, como explica una enfermera : « La covid-19 es
mortal. Y puedo decir que no distingue límite de edad. Ni color. Ni talla. Ni
origen. Ni clase social. Ni nada. Atacará a cualquiera. [71]»
La covid-19 no distingue, es cierto, pero las sociedades
desigualitarias sí. Porque, cuando la salud es una mercancia, los grupos
sociales pobres, discriminados, marginados, explotados quedan mucho más
expuestos a la infección. Es el caso de lo que pasa, por ejemplo, en Singapur
donde -como vimos- las autoridades consiguieron en un primer tiempo controlar
la epidemia. Sin embargo, en esa opulenta ciudad-Estado existe una minoría de
cientos de miles de migrantes venidos de países pobres, empleados en la
construcción, el transporte, las tareas domésticas y los servicios. El país
depende de esos trabajadores para el funcionamiento de su economía. Pero el
aislamiento físico es casi imposible en esos empleos. Por su condición social,
muchos de esos inmigrantes tuvieron que continuar en sus tareas a pesar del
peligro de infectarse… Por otra parte, una ley exige que los trabajadores
extranjeros residan en ‘dormitorios’, unas habitaciones que albergan hasta una
docena de hombres, con baño, cocina y ducha colectivos. Inevitablemente esos
locales se convirtieron en focos de infección…
A partir de esos núcleos, el virus se volvió a dispersar…
Está documentado que cerca de 500 nuevos contagios surgieron de ahí. Un sólo
‘dormitorio’ causó el 15% de todos los nuevos casos del país[72]. Hasta tal
punto que Singapur, “ejemplo” de país vencedor de la pandemia, enfrenta ahora
un peligroso repunte de la covid-19. El coronavirus reveló las desigualdades
ocultas de la sociedad…
Lo que ocurrió en esos ‘dormitorios’ de Singapur da una idea
de lo que podría suceder en el sureste de Asia, en la India, en África, en
América Latina, y en naciones de escasos recursos, con sistemas sanitarios
embrionarios. Si en Estados ricos –Italia, Francia, España-, el virus ha hecho
los terribles estragos que conocemos, ¿qué ocurrirá en algunas zonas
depauperadas de África ? ¿Cómo hablar de ‘confinamiento’, o de
‘aíslamiento’, o de ‘gel desinfectante’, o de ‘distancia de protección’, o
hasta de ‘lavarse las manos’ a millones de personas que viven, sin agua
corriente, hacinadas en favelas, chabolas o barrios de latas, o duermen en las
calles, o viven en campamentos improvisados de refugiados, o en las ruinas de
edificios destruidos por las guerras ? Sólo en América Latina, el
56% de los activos viven en la economía informal…
Por su parte, la principal superpotencia del planeta, Estados
Unidos, ha renunciado, por primera vez en su historia, a encabezar la lucha
sanitaria y a ayudar a los enfermos del mundo. En una nación de semejante
riqueza, el virus ha venido a desvelar las excesivas desigualdades en materia
sanitaria. Los habitantes descubren una falta de insumos básicos así como las
deficiencias de su sistema de salud pública. Hace tiempo que el senador Bernie
Sanders viene reclamando que se considere « el sistema de salud como un
derecho fundamental del ser humano ». Y muchas otras personalidades
reclaman ese cambio : « Necesitamos una nueva economía de los
cuidados – expresó, por ejemplo, Robert J. Shiller, premio Nobel
de Economía- que integre los sistemas nacionales de salud públicos y
privados. [73]».
Entre tanto, la covid-19 está causando, en ese país, decenas
de miles de muertos. Y la situación se puede agravar porque unos veintisiete
millones de personas (8,5% de la población) no poseen seguro médico y
otros once millones son trabajadores ilegales, sin documentos, que no se
atreven a acudir a los hospitales…
En lo que es hoy el epicentro mundial de la pandemia, los
analistas observan una “exacerbación de la disparidad de salud“. Algunas
minorías étnicas -afroestadounidenses, hispanos- están teniendo, en efecto, un
indice de letalidad frente al coronavirus muy superior a su representatividad social.
En Nueva York, por ejemplo, afroamericanos y latinos suman el 51% de la
población, pero acumulan un 62% de los fallecimientos por covid-19. En el
estado de Michigan, los afroestadounidenses constituyen el 14% de la población,
pero concentran el 33% de los infectados y el 41% de las muertes. En Chicago,
los afrodescendientes son el 30% de la población, pero representan el 72% de
los fallecimientos… « Unas cifras que dejan sin aliento… »
dijo Lori Lightfoot, la alcaldesa de Chicago[74].
En un país donde el test para saber si alguien es positivo al
nuevo coronavirus cuesta 35 000 dólares[75], la salud es
a menudo un reflejo de la inequidad social. Al capitalismo salvaje le tiene sin
cuidado el dolor de los pobres. Si latinos y afroamericanos son, en Estados
Unidos, más vulnerables frente el coronavirus, es porque son víctimas de una
serie de desventajas sociales. También son las minorías que, por haber tenido,
históricamente, menos acceso a los servicios de salud, padecen con frecuencia
una serie de patologías graves : « Siempre hemos sabido –explica
el Dr Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades
Infecciosas de Estados Unidos- que enfermedades como la diabetes, la
hipertensión, la obesidad y el asma afectan, de manera desproporcionada, a las
poblaciones minoritarias, particularmente a los afroamericanos.[76] »
A pesar del azote de la covid-19, algunos empresarios han
seguido exigiendo que los trabajadores regresen a sus puestos para salvar la
economía. Latinos y afroamericanos tienen pues que seguir trabajando en las
calles, realizando algunos de los trabajos más duros, limpiando edificios,
conduciendo autobuses, desinfectando hospitales, atendiendo supermercados,
manejando taxis, repartiendo paquetes, etc. Al riesgo de infección que
enfrentan en sus barrios marginados, se suman los peligros que encaran en los
transportes públicos y en sus empleos… En cuanto a los inmigrantes ilegales e
indocumentados, acosados por las autoridades, no van a los servicios de salud,
como ya dijimos, por miedo a que los detengan…
Cada día de esta plaga, la gente se convence más que es el
Estado, y no el mercado, el que salva. «Esta crisis –explica Noam
Chomsky- es el enésimo ejemplo del fracaso del mercado. Y un ejemplo
también de la realidad de la amenaza de una catástrofe medioambiental. El
asalto neoliberal ha dejado a los hospitales desprovistos de recursos. Las
camas de los hospitales fueron suprimidas en nombre de la ‘eficiencia
económica’… El Gobierno estadounidense y las multinacionales farmacéuticas
sabían, desde hace años, que existía una gran probabilidad de que se produjese
una pandemia. Pero, como prepararse para ello no era bueno para los negocios,
no se hizo nada.[77]» Por su
parte, el filósofo francés Edgar Morin constata: « Al fin y al
cabo, el sacrificio de los más frágiles –ancianos, enfermos- es funcional a una
lógica de la selección natural. Como ocurre en el mundo del mercado, el que no
aguanta la competencia es destinado a perecer. Crear una sociedad
auténticamente humana significa oponerse a toda costa a ese darwinismo social. »
HÉROES DE NUESTRO TIEMPO
La pandemia también tiene sus héroes y sus mártires. Y en
esta pelea, los guerreros que han subido a primera línea, a los puestos de
avanzada a afrontar el letal SARS-CoV-2 han sido los médicos, las enfermeras,
el personal auxiliar y otros trabajadores de la salud convertidos en
protagonistas involuntarios, conquistando elogios y aplausos desde los
balcones, las plazas y las calles de ciudades de todo el mundo. Casi todos
ellos funcionarios públicos, para quienes la salud de la población no es una
mercancía sino una necesidad básica, un derecho humano.
Pasarán a la historia, extenuados, agotados, por su
dedicación en la labor diaria de combatir la infección y salvar vidas. A
menudo, han enfrentado al contagioso virus sin mascarillas, ni batas, ni
equipos de protección… « ¡Marchamos a la guerra sin armas! »
denunció una veterana enfermera de Guayaquil, en Ecuador, furiosa por el
contagio de ochenta colegas y la muerte de otros cinco…[78]
El personal sanitario está arriesgando, en efecto, su propia
vida. Según el Centro para el Control de Enfermedades de Estados Unidos, entre
el 10% y el 20% de todos los infectados con coronavirus son trabajadores de la
salud. Muchos están muriendo. Algún día, cuando esta pesadilla se desvanezca,
tendremos que erigir monumentos en honor de esos mártires con bata blanca. Para
recordar por siempre su coraje, su abnegación, su humanidad. Seguramente cuando
Albert Camus decía que « la peste nos enseña que hay en los hombres más
cosas dignas de admiración que de desprecio[79]», pensaba en
ellos.
Al respecto, un pequeño país, también digno de admiración, se
ha distinguido por su altruismo y generosidad. Se trata de Cuba. Sitiada y
bloqueada desde hace sesenta años por Estados Unidos y sometida además por
Washington a brutales medidas coercitivas unilaterales, la isla fue la primera
en acudir en ayuda de China cuando estalló esta pandemia. Desde entonces las
autoridades cubanas no han cesado de enviar brigadas de médicos y personal
sanitario a combatir la covid-19 a una veintena de países[80],
respondiendo a las solicitaciones angustiadas de sus Gobiernos. Entre ellos
tres de la rica Europa: Italia, Francia y Andorra[81]. Estas
Brigadas Internacionales de Médicos Especializados en Situaciones de Desastres
y Graves Epidemias existen desde los años 1960. En 2005, tomaron el nombre de
“Henry Reeve” -un brigadier estadounidense que luchó y murió por la
independencia cubana-, con ocasión del paso del Huracán Katrina por el sur de
Estados Unidos[82].
El mundo está descubriendo lo que los principales medios
dominantes internacionales han tratado de ocultar hasta ahora, que Cuba es una
superpotencia médica[83] con más
de 30 000 médicos y enfermeros desplegados en 66 naciones[84]. Todo ello
obedeciendo a una consigna humanista y visionaria de Fidel Castro formulada con
estas palabras : « Un día dije que nosotros no podíamos ni
realizaríamos nunca ataques preventivos y sorpresivos contra ningún oscuro
rincón del mundo; pero que, en cambio, nuestro país era capaz de enviar los
médicos que se necesiten a los más oscuros rincones del mundo. Médicos y no
bombas, médicos y no armas inteligentes. [85]» La Habana
también está proporcionando su medicamento antiviral Interferón Alfa-2B
Recombinante puesto a punto por sus científicos en sus laboratorios de
biotecnología, y cuyo uso prevendría el agravamiento y las complicaciones en
pacientes infectados por el nuevo coronavirus.
APOTEOSIS DE LA DESINFORMACIÓN
Los grandes medios silencian la solidaridad médica de Cuba
mientras realizan una cobertura universal y permanente de la pandemia
como nunca se había visto. Durante meses, sin respiro, los principales
medios de todo el planeta nos han hablado de un único tema: el
coronavirus. Sobreinformación a la potencia mil. Un fenómeno coral,
hipermediático[86], de
semejante envergadura global no había ocurrido jamás. Ni cuando cayó el Muro de
Berlín, ni con los atentados de las torres gemelas de Nueva York…
Al mismo tiempo estamos asistiendo a una guerra feroz entre
diversas facciones para imponer un relato dominante sobre esta crisis[87]. Lo
que provoca una auténtica epidemia de fake news y de
posverdades. La OMS ha definido este fenómeno como infodemia,
pandemia de info-falsedades. El miedo a la covid-19 así como el deseo de
sobreinformarse y el ansia de entender todo lo relacionado con la plaga han
creado las condiciones para una tormenta perfecta de noticias tóxicas. Éstas se
han propagado con igual o mayor velocidad que el nuevo virus. Montañas de
embustes han circulado por las redes sociales. Los sistemas de mensajería móvil
se han convertido en verdaderas fábricas continuas de infundios, bulos y
engaños. En algunos países, se calcula que el 88% de las personas que acudieron
a las redes sociales para informarse sobre el SARS-CoV-2 fueron infectadas por fake
news[88].
Es conocido que las noticias falsas se difunden diez veces
más rápido que las verdaderas; y que, incluso desmentidas, sobreviven en las
redes porque se siguen compartiendo sin ningún control. Muchas de ellas están
elaboradas con impresionante profesionalidad: textos impecables, redacción
perfecta inspirada en los medios de referencia más respetados, imágenes muy
cuidadas, sonido de alta calidad, voz grave y moderada del comentario en off,
montaje y edición nerviosos y adictivos, música subyugante… Todo debe dar una
impresión de seriedad, de respetabilidad, de solvencia… Es la garantía de
credibilidad, indispensable para apuntalar el engaño. Y para que los usuarios
lo viralicen…
Tampoco hay que olvidar que, durante esta interminable
cuarentena, en un contexto de incertidumbre y emoción, y ante la necesidad real
de todos por comprender la plaga y entenderla con argumentos, dos ingredientes
combinados entre sí han favorecido la poderosa irradiación de las mentiras. Por
una parte, la familiaridad, la confianza entre personas que comparten
información en una misma red. Por otra parte, la repetición, la reiteración de
mensajes de idéntica matriz. Si alguien que conozco me envía una información y
si, por diversas otras vías, recibo esa misma información o versiones muy
cercanas de esa información, pensaré que tiene credibilidad y que es cierta.
Porque me fío de la fuente, y porque otras fuentes coinciden y la confirman.
Instintivamente hasta deduciré que, mediante esos dos mecanismos (cercanía y
repetición), la autenticidad de la información está verificada. Sin
embargo, puede ser falsa. En otras palabras, toda fake news tratará
de respetar ambos requisitos para mejor ocultar o disimular su falsedad. Es una
ley de la intoxicación mediática: toda manipulación de la opinión pública
mediante falsas noticias debe obedecer a esos protocolos.
No es posible hacer una lista exhaustiva de las fake
news que inundan nuestras redes desde que se inició el azote, pero
recordemos que casi inmediatamente empezaron a proliferar diversas teorías
conspirativas. Las más diseminadas afirmaban, como ya lo hemos dicho, que
el nuevo coronavirus se elaboró en un biolaboratorio secreto de China (o de
Estados Unidos), y que es un arma bacteriológica para la guerra entre ambas
superpotencias… Otras falsas noticias igual de disparatadas certificaban
que el SARS-CoV-2 fue creado por Bill Gates… O que fue fabricado por China para
exterminar a sus minorías étnicas… O que la epidemia se propagó tan rápidamente
porque el virus viajaba en las mercancías exportadas por China… O que la
covid-19 es una enfermedad difundida por los grandes laboratorios farmacéuticos
para vender vacunas… O que las antenas de telefonía 5G amplifican y vuelven más
letal al coronavirus[89]… O que la
plaga estaba destinada a arruinar la economía exportadora, rival de China, del
norte de Italia… O que ya existe una vacuna… O que el virus ya mutó[90]…
Muchas de estas noticias falsas aún siguen circulando,
replicadas al infinito por granjas de bots, perfiles de miles
de cuentas monitorizadas por un sólo usuario. El objetivo es mostrar un
« gran volumen » de mensajes, aparentando que mucha gente está
compartiendo o comentando un tema, para manipular la percepción que se tiene de
ese tema. Algunas fake news parecen inofensivas, pero
otras -en particular, cuando propagan la existencia de un tratamiento milagroso
o de una medicación mágica contra el virus[91]– pueden
tener letales consecuencias. En Irán, por ejemplo, las redes difundieron
una fake según la cual el metanol prevenía y curaba la
covid-19. Desenlace: 44 personas fallecieron y cientos de víctimas fueron
hospitalizadas por ingerir ese alcohol metílico [92]…
Con el pánico general creado por la pandemia y millones de
personas buscando desesperadamente en sus pantallas datos sobre el desconocido
coronavirus, las “burbujas de desinformación” encontraron un ecosistema
perfecto para multiplicarse al infinito. Todo fue facilitado también
cuando -en 2016- las principales empresas de redes sociales modificaron los
algoritmos de jerarquización de los mensajes. Desde entonces anteponen las
comunicaciones procedentes de amigos y conocidos en detrimento de los mensajes
emitidos por organizaciones o medios de comunicación.
En todo caso, ya no podemos ser ingenuos. Y creer
inocentemente todo cuanto llega a nuestras pantallas vía las redes sociales. En
relación con esto, el momentum coronavirus constituye
también un parteaguas. A partir de ahora, ante la abrumadora cantidad de
noticias falsas, cada ciudadano debe conocer las diversas plataformas de
verificación que están a nuestra disposición gratuitamente: por
ejemplo : Maldita.es y Newtral.es, en España ; FactCheck.org, NewsGuard y PolitiFact.com, en Estados Unidos ;
o la alianza #CoronavirusFacts, impulsada
por International Fact-Checking Network (IFCN) del Poynter Institute[93], que reúne a
más de cien plataformas de verificación en setenta países y en cuarenta idiomas[94] ; o
; LatamChequea que
reúne a una veintena de medios de comunicación de quince países de América
Latina
Además, existen múltiples herramientas gratuitas en Internet
para verificar la veracidad de cualquier fotografía difundida por las redes
sociales : por ejemplo, TinEye, Google
Reverse Image Search, FotoForensics que
permiten importantes verificaciones como saber cuál es la fuente original de la
imagen, si ya se publicó anteriormente, qué otros medios ya la
difundieron, si se manipuló y si se retocó el original.
Para detectar los falsos vídeos que tanto abundan igualmente,
podemos recurrir a InVid, disponible
para los navegadores Google Chrome y Mozilla Firefox, que permite descifrar
vídeos manipulados[95]. También en
el sitio Reverso -un
proyecto colaborativo en el que participan Chequeado[96], AFP Factual[97], First Draft[98] y
Pop-Up Newsroom[99] –
podemos detectar los falsos vídeos virales de la web[100]. Ya no hay
excusa para dejarse engañar. Al menos esta pandemia nos habrá servido para eso.
¿HACIA UN CAPITALISMO DIGITAL?
Otra consecuencia comunicacional: con más de la mitad de
la humanidad encerrada durante semanas en sus casas, la apoteosis digital ha
alcanzado su insuperable cenit… Jamás la galaxia Internet y sus
múltiples ofertas en pantalla (comunicativas, distractivas, comerciales)
resultaron más oportunas y más invasivas. En este contexto, las redes sociales,
la mensajería móvil y los servicios de microblogueo -Twitter, Mastodon[101], Facebook,
WhatsApp, Messenger, Instagram[102], Youtube,
LinkedIn, Reddit, Snapchat, Amino, Signal, Telegram, Wechat, WT:Social[103],
etc.- se han impuesto definitivamente como el medio de información (y de
desinformación) dominante. También se han convertido en fuentes virales de distracción
pues, a pesar del horror de la crisis sanitaria, el humor y la risa, como a
menudo ocurre en estos casos, han sido protagonistas absolutos en las redes
sociales, nexo privilegiado con el mundo exterior y con familiares y amigos.
Estamos pasando más horas que nunca frente a las pantallas de
nuestros dispositivos digitales : teléfonos móviles, ordenadores, tablets
o televisores inteligentes…[104]
Consumiendo de todo : informaciones, series, películas, memes, canciones,
fotos, teletrabajo, consultas y trámites administrativos, clases online,
videollamadas, videoconferencias, chateo, juegos de consola, mensajes… El
tiempo diario dedicado a Internet se ha disparado[105]. En
España, por ejemplo, desde el pasado 14 de marzo cuando se declaró el estado de
alarma y el aislamiento social, el tráfico en Internet creció un 80%[106]. Tan
fuerte aumento obedece en particular al excepcional consumo de streaming de
vídeo, no sólo de servicios de vídeo bajo demanda, sino sobre todo al fenómeno
comunicacional más característico de este tiempo : las videollamadas via
Skype, WhatsApp, Webex, Houseparty[107] y
Zoom.
Poco conocida hasta ahora, la aplicación de videollamadas
Zoom ha experimentado, en los últimos dos meses, un crecimiento jamás conocido
en la historia de Internet… Desde que empezó la pandemia, es la app más
descargada para iPhone. En marzo pasado, su aumento de tráfico diario fue
del 535%… La han adoptado los líderes mundiales para sus videoconferencias; las
empresas para organizar el teletrabajo; las universidades para ofrecer
cursos online; los músicos y cantantes para crear, en grupo,
sus coronaclips ; los amigos y las familias para seguir
virtualmente reunidos durante el confinamiento…
Las cifras son abrumadoras. Zoom ha pasado de tener -a
finales de 2019- 10 millones de usuarios activos a superar los 200 millones a
finales de marzo… Para hacerse una idea de lo que ello significa recordemos que
Instagram tardó más de tres años en conseguir ese número de seguidores. Antes
de la expansión del coronavirus, las acciones de Zoom costaban 70 dólares. El
pasado 23 de marzo valían 160 dólares, o sea una capitalización total superior
a los 44 mil millones de dólares. El virus es global pero sus efectos no son
exactamente iguales para todo el mundo… En particular para el principal
accionista de Zoom, Eric Yuan, que figura ahora en la lista de las
« personas más ricas del mundo » con una fortuna estimada en 5 500
millones de dólares…[108]
Otro «ganador » de esta crisis es la aplicación muy
popular entre los adolescentes TikTok que registra también un incremento
fenomenal de usuarios. Creada por la firma china de tecnología ByteDance,
TikTok es una app de social media parecida a Likee o MadLipz,
que permite grabar, editar y compartir videos cortos -de 15 a 60 segundos-
en loop (o sea repetidos en bucle como los GIF[109]) con la
posibilidad de añadir fondos musicales, efectos de sonido y filtros o efectos
visuales.
La cuarentena global está amenazando, a lo largo y ancho del
planeta, la supervivencia económica de innumerables empresas de
entretenimiento, cultura y ocio (teatros, museos, librerías, cines, estadios,
salas de conciertos, etc.). En cambio, mastodontes digitales como Google,
Amazon, Facebook o Netflix, que ya dominaban el mercado, están viviendo un
grandioso momento de triunfo comercial[110]. La
descomunal inyección de dinero y sobre todo de macrodatos que están recibiendo
les van a permitir desarrollar de modo exponencial su control de la
inteligencia algorítmica[111]. Para
dominar todavía más, a escala mundial, la esfera comunicacional digital. Estas
gigantescas plataformas tecnológicas son las triunfadoras absolutas, en
términos económicos, de este momento trágico de la historia. Esto confirma que,
en el capitalismo, después de la era del carbón y del acero, la del ferrocarril
y la electricidad, y la del petróleo, llega la hora de los datos,
la nueva materia prima dominante en la era postpandémica. Bienvenidos al
capitalismo digital…
ECONOMÍA: UN BAÑO DE SANGRE
Por lo demás, el capitalismo va mal… Porque se cierne la
perspectiva de un desastre económico sin parangón[112]. Nunca se
había visto la economía de todo el planeta frenar en seco. Los territorios más
afectados -por ahora- por la covid-19 son China y Asia del este, Europa y
Estados Unidos, o sea el triángulo central del desarrollo mundial. Millones de
empresas, grandes y pequeñas, se hallan en crisis, cerradas, al borde de la
quiebra[113].
Varios centenares de millones de trabajadores han perdido su empleo, total o
parcialmente[114]… Como en
tantas ocasiones anteriores, los asalariados peor remunerados y las pequeñas
empresas pagarán el precio más alto. Quinientos millones de personas podrían
ser arrastradas de nuevo a la pobreza[115]. Esta
crisis económica, de alcance planetario, no tiene precedentes y superará en
profundidad y duración a la de 1929. También excede en gravedad a la crisis
financiera de 2008. La pandemia produce un rechazo general del hipercapitalismo
anárquico, el que ha permitido obscenas desigualdades como que el 1% de los
ricos del mundo posean más que el 99% restante[116]. También
se cuestionan los excesos de la globalización económica.
Las Bolsas, con altibajos, se han hundido[117] :
« ¡Es un auténtico baño de sangre ! », gritó el broker de
una empresa de gestión de patrimonio[118] ante
las pérdidas históricas de sus inversores. Los precios del petróleo han caído a
abismos desconocidos[119]. El 20 de
abril pasado, en el mercado de materias primas de Chicago, el barril de
referencia, West Texas Intermediate (WTI), llegó a costar -37 dólares[120]… Sí, menos 37
dólares, o sea, que el vendedor le pagaba al comprador 37
dólares para que éste se llevara un barril de petróleo… Un hundimiento jamás
visto en la historia… Lo cual es excelente para los países importadores: China,
Japón, Alemania, Francia, Corea del Sur… Pero nefasto para los Estados
exportadores muy poblados: Rusia, Nigeria, México, Venezuela… Otra consecuencia
negativa: un petróleo tan barato puede retrasar la necesaria transición
ecológica pues ello encarece automáticamente el precio de las energías alternativas
(solar, eólica, biomasa, etc.)… La economía mundial se adentra en territorio
ignoto[121]. Nadie
tiene una idea precisa de las dimensiones del cataclismo. Como ha dicho
Kissinger : « La actual crisis económica es de una complejidad
inédita. La contracción desatada por el coronavirus, por su alta velocidad y su
amplitud global, es diferente a todo lo que hemos conocido en la historia.[122] »
La Unión Europea (UE), por ejemplo, propuso, en un primer
momento, un plan de 25 mil millones de euros para ayudar a los países miembros.
Luego, el Banco Central Europeo habló de 750 mil millones… ! Tan
gigantesca amplitud da una idea de la dimensión del desconcierto… Se estima que
el PIB de los países desarrollados podría derrumbarse en un 10%… Mucho más que
en la crisis del 29… Un choque brutal. Febriles, presos de pánico, los
Gobiernos practican una suerte de “keynesianismo de guerra”. Deben ayudar a los
asalariados, a los campesinos, a las familias, a las empresas. Y desbloquean
urgentemente sumas astronómicas para inyectarlas en los circuitos financieros
con el fin de evitar la implosión del sistema económico[123]. Para
impedir también, en la medida de lo posible, que el coronavirus cause
finalmente más pobres que muertos…
Pero el coste será inimaginable. Con la agravante para el
Estado de que se reducirán drásticamente sus ingresos fiscales. El deficit será
galáctico. A escala de la zona euro, por ejemplo, según el economista francés
Jacques Sapir, el déficit alcanzará, a final de este año, un billón y medio de
euros (o sea, 1 500 mil millones)[124]. Lo nunca
visto. En el caso del Reino Unido -que ya no está en la UE, ni en la zona euro-
el Banco de Inglaterra resolverá el problema sencillamente fabricando moneda…
Lo que no pueden hacer ni Italia, ni España, ni Francia que son los Estados que
mayor liquidez van a necesitar. Y que se encuentran ya super-endeudados…
En estas tres naciones, la salida de la Unión o de la zona euro se va a
plantear con fuerza. Porque Alemania, Austria, Finlandia y Países Bajos se
negaron, durante semanas, a permitirles obtener créditos sin ninguna condición
(los célebres « coronabonos »)… Cuando, en parte, los problemas
de los sistemas de salud de Italia, España y Francia son la consecuencia
directa de las políticas de austeridad y de los recortes en los presupuestos de
los servicios públicos exigidos por esos cuatros socios
« austericidas » del norte. Recuérdese que el sur de Europa, antes de
ser el epicentro de la actual pandemia, fue el epicentro de las políticas más
sádicas[125] de
austeridad después de la crisis financiera de 2008. Lo uno llevó a lo otro.
Europa, como unión protectora, ha fallado. El club comunitario
ha sido incapaz de responder de manera conjunta y multilateral al drama humano
y social que se abate sobre el Viejo Continente. La gente -en particular los
familiares y amigos de los miles y miles de fallecidos- no lo va a olvidar.
« Es un modelo económico empapado en sangre -denuncia Naomi
Klein-. Y ahora la gente empieza a darse cuenta. Porque encienden la
televisión y ven a los comentaristas y políticos diciéndoles que tal vez
deberían sacrificar a sus abuelos para que los precios de las acciones puedan
subir… Y la gente se pregunta: ¿qué tipo de sistema es este? [126]»
En un momento tan trágico y delicado -con la primera secesión
de la Unión Europea (el Brexit del Reino Unido) recién
estrenada el pasado 31 de enero- y ante un desafío sanitario tan crucial,
el sueño europeo no ha funcionado. Y era probablemente la última oportunidad…
¿Qué destino le espera, después de la pandemia, a esa Unión Europea insolidaria
con sus socio más frágiles, y carcomida por dentro por los populistas y
extremistas de derecha?
El comercio internacional se ha reducido a su nivel de hace
un siglo[127]. Los
precios de las materias primas se han desfondado. No sólo los del petróleo,
también el cobre, el níquel, el algodón, el cacao, el aceite de palma, etc.
Para las economías de los países exportadores del Sur -donde viven los dos
tercios de los habitantes del planeta- es una coyuntura devastadora. Porque, al
derrumbe de las exportaciones, hay que añadir además: el cese de los aportes
del turismo, y la drástica disminución de las remesas de los emigrantes
afectados por la pérdida generalizada de empleo en los países ricos paralizados
por la plaga. O sea, los tres principales recursos de los países del Sur se
desploman… Millones de personas que, en los últimos decenios, habían conseguido
integrar una incipiente ‘clase media’ planetaria corren ahora el peligro de
recaer en la pobreza…
Pero, además, en este contexto tan poco alentador, los
capitales también han empezado a desertar en masa de los países en desarrollo.
Se estima que desde el 21 de febrero de 2020, fecha de la primera muerte en
Italia por la covid-19, hasta finales de marzo, unos 59 mil millones de dólares
huyeron de esas naciones[128].
Resultado, muchas monedas se han hundido: el peso mexicano perdió un 25% de su
valor frente al dólar; el real brasileño y el rand sudaficano un 20%. Y todas
las importaciones, en esos países, serán ahora más caras…
En tan tenebroso contexto, lo más previsible es que, cuando
pase la pandemia, varios de estos Estados, debilitados, arruinados, endeudados,
conozcan fuertes sacudidas sociales… Ahí también podría haber baños de sangre…
También es probable que asistamos, en ciertas regiones, a una desesperada
estampida de emigración salvaje hacia el Norte… Cuyos países estarán, en ese
preciso momento, lidiando ellos mismos con las dolorosas consecuencias de la
peor crisis de su historia. Inútil decir que los nuevos emigrantes, convertidos
en chivos expiatorios, no serán bien recibidos… Alimentarán la xenofobia y los
odios de los grupos de extrema derecha en ascenso tanto en Europa como en
Estados Unidos… La historia advierte que los desastres incentivan los
chauvinismos y los racismos…
Para evitar semejantes escenarios de pesadilla, se están
alzando muchas voces que reclaman la adopción de varias disposiciones urgentes.
Entre ellas, la condonación de la deuda de los países en desarrollo que, antes
de la crisis, ya tenían una deuda externa altísima. Y debían pagar, de aquí a
final de 2021, según la ONU, unos 2,7 mil millones de dólares de intereses de
su deuda[129]… Muchas
personalidades e instituciones están exigiendo una moratoria del pago de la
deuda en favor de las naciones más afectadas. El propio Papa Francisco ha
reclamado que, « considerando las circunstancias, se afronten, por
parte de todos los países, las grandes necesidades del momento, reduciendo o
incluso condonando, la deuda que pesa en los presupuestos de aquellos más
pobres »[130]. También,
en este contexto crítico, se está reclamando el levantamiento, por parte de
Estados Unidos, de las injustas ‘medidas unilaterales coercitivas’ contra Cuba,
Venezuela, Irán, Nicaragua, Siria, etc.
¿DESGLOBALIZAR?
La pandemia nos obliga también a interrogarnos sobre el
modelo económico-comercial dominante. Desde hace cuarenta años, la
globalización neoliberal ha espoleado los intercambios, y desarrollado cadenas
de suministro transnacionales. La crisis sanitaria ha demostrado que las líneas
logísticas de aprovisionamiento son demasiado largas y frágiles. Y que, en caso
de emergencia como ahora, los proveedores remotos son incapaces de responder a
la urgencia. Todo ello ha demostrado que, en muchos casos, la soberanía de
los Estados es muy relativa.
Por extremismo ideológico neoliberal, el mundo ha ido sin
duda demasiado lejos en la deslocalización de la producción, en la
desindustrialización y en la doctrina del «cero stock ». Ahora, en una
situación de vida o muerte, muchas sociedades han descubierto, atónitas, que,
para algunos suministros indispensables -antibióticos, tests, mascarillas,
guantes, respiradores, etc.- dependemos de fabricantes localizados en las
antipodas… Que en nuestros propios países se fabrica muy poco… La «guerra de
las mascarillas» ha dejado una muy penosa impresión de impotencia.
Desde la crisis financiera de 2008, grupos nacionalistas y
populistas de derecha -a los que pertenecen, por ejemplo, los electores de
Donald Trump, Boris Johnson, Viktor Orbán y Jair Bolsonaro- ya venían
manifestando su rechazo de la mundialización económica. Por otra parte, desde
finales de los años 1990, los militantes altermundistas, desde puntos de vista
de izquierda y humanistas, también venían criticando con fuerza la ecodepredadora
globalización financiera, y reclamando ‘otro mundo posible’.
A estas dos fuerzas, ya considerables, se van a unir ahora,
las masas de personas descontentas por la dependencia de sus países a la hora
de enfrentar el cataclismo de la covid-19. Hay como el sentimiento de que, con
la mundialización, muchos Gobiernos renunciaron a dimensiones fundamentales de
su soberanía, de su independencia y de su seguridad.
Las presiones antiglobalizadoras van a ser muy fuertes
después de la pandemia. En muchas capitales se cuestiona el principio de
una economía basada en las importaciones. Diversos sectores industriales
serán sin duda repatriados, relocalizados. Regresa también la idea de
planificar. Ya no escandaliza el recurso a cierta dosis de proteccionismo. El
presidente de Francia, Emmanuel Macron, un ex-banquero, ha acabado por admitir
que «nuestro mundo sin duda se fragmentará », pero que es indispensable
« reconstruir una independencia agrícola, sanitaria, industrial y
tecnológica francesa. Tendremos que elaborar una estrategia sobre la base del
largo plazo y la posibilidad de planificar. [131]»
En lugar de unificar a los pueblos y alentar su entendimiento
mutuo, la globalización ha favorecido los egoísmos, las fracturas y el
ultranacionalismo. El cierre generalizado de fronteras y el repliegue nacional,
en nombre de la protección contra la covid-19, están reforzando las tendencias
unilaterales y nacionalistas alimentadas desde la Casa Blanca por Donald Trump
y secundadas, por diferentes motivos, desde otras capitales como Londres,
Budapest, Brasilia, Manila, etc.
Desde las reformas impulsadas por Deng-Tsiao Ping en 1979, la
potencia que más se ha beneficiado de la globalización económica es sin duda
China. Convertida en la «fábrica del mundo», este país es hoy la única
superpotencia capaz de hacer contrapeso, en el tablero mundial, a Estados
Unidos. Junto con la Unión Europea, Japón y Corea del Sur, Pekín sigue siendo
uno de los mayores defensores de la globalización. Sobre todo, desde su
adhesión, en 2001, a la Organización Mundial de Comercio (OMC). Las autoridades
chinas estiman que la antimundialización no resolverá nada y que el
proteccionismo es un callejón sin salida porque, en definitiva, nadie puede
exportar y todos quedan bloqueados. Lo que el presidente Xi-Jin Ping ha
expresado con las siguientes palabras: «Querer repartir el óceano de la
economía mundial en una serie de pequeños lagos bien separados unos de otros,
no sólo es imposible, sino que, además, va a contracorriente de la historia. [132]»
En todo caso la hiperglobalización neoliberal parece herida
de gravedad y no es descabellado vaticinar su debilitamiento[133]. Incluso
se cuestiona la continuidad, bajo su forma ultraliberal, del propio capitalismo[134]… También
se evoca la necesidad de una suerte de colosal Plan Marshall mundial… En todo
caso, esta tragedia de la covid-19 empujará sin duda a las naciones hacia
un nuevo orden económico mundial.
LIDERAZGOS
La mayoría de los Gobiernos han defraudado. Zarandeados como
nunca en tiempos de paz no han sabido estar a la altura del descomunal desafío.
Ni asumir una de sus principales competencias constitucionales: la
responsabilidad de proteger a su población. Abundan los ejemplos de dirigentes
como Boris Johnson, primer ministro del Reino Unido, que, en un primer tiempo,
antes de infectarse y ser hospitalizado en una UCI, minimizaron la amenaza…
Johnson apostó al principio por la teoría de la «inmunidad de rebaño», dejando
que la población británica se infectase… Partiendo de la idea de que, si el 60%
o el 70% de la población se contagia, eso funcionaría como cortafuegos y
detendría la expansión del virus. Hasta que comprendió que si ‘sólo’ falleciera
el 3% de la población significaría, para el Reino Unido, unos dos millones de
muertos… Otros dirigentes, como Jair Bolsonaro, presidente de Brasil, siguen
exhibiendo una actitud negacionista y califican con risitas la pandemia asesina
de « gripecita sin importancia »… Quizás, cuando se derrote al
coronavirus, algunos responsables tendrán que rendir cuentas ante una justicia
semejante al Tribunal de Nuremberg…
Muchos líderes se han centrado en dar respuestas locales,
nacionales, gestionando la pandemia de manera independiente, sin verdadera
coordinación internacional. Cuando es obvio que ningún país, por poderoso que
sea, puede vencer la pandemia en un empeño exclusivamente local. Las
grandes potencias se han mostrado incapaces de coordinarse a nivel global (¡qué
desastre el Consejo de Seguridad de la ONU !) para constituir un frente
común planetario y colaborar en la búsqueda de soluciones y salidas colectivas
a la crisis. Ninguna voz –ni siquiera la del Secretario General de Naciones
Unidas, el Dalai Lama, los Premios Nobel o el propio Papa- ha conseguido
hacerse audible por encima del estruendo general del miedo y del furor de este
inaudito sacudón.
Si es cierto que en los malos tiempos es cuando surgen los
grandes líderes históricos, este momento pandémico de estrés, confusión y
descontrol se ha caracterizado, al contrario, por la ausencia de grandes
liderazgos a la cabeza de las principales potencias occidentales. El
zafarrancho ha puesto particularmente a prueba el temple de algunos de ellos[135] .
En particular, ya lo hemos subrayado, Donald Trump que se ha ganado, por su
pésima gestión, la distinción de « peor presidente estadounidense de
todos los tiempos [136]».
Para él y para unos cuantos más, el nuevo coronavirus ha actuado como una
suerte de Principio de Peter, despojándolos de sus máscaras, dejando al desnudo
su impostura[137] y su
estrepitoso nivel de incompetencia…
En este escenario volátil, otros líderes en cambio han
mostrado visión a largo plazo, anticipación a los hechos y decisión para actúar
rápido. Dos son mujeres, y ambas progresistas: la primera ministra de Islandia,
Katrin Jakobsdottir, feminista y ambientalista del Partido Verde ; y la
primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, líder del Partido Laborista.
Islandia ha seguido una estrategia única en el mundo
ofreciendo tests de covid-19 masivos y gratuitos a toda la población. Cuando se
detectó el primer caso de coronavirus en febrero pasado, ya el país llevaba
semanas haciendo pruebas para detectar el germen en turistas o viajeros que
regresaban a su hogar. Katrin Jakobsdottir y su Gobierno pidieron a los que
entraban a Islandia que se presentaran en los centros de salud a hacerse test
aunque no tuvieran síntomas. Ese método proactivo de intentar identificar el
SARS-CoV-2, incluso antes de que apareciera, fue determinante[138].
En Nueva Zelanda, Jacinta Ardern también tomó muy pronto
decisiones más agresivas que en otros países desarrollados, como el
confinamiento para toda su población durante un mes, y el cierre total de las
fronteras del archipiélago. Su objetivo fue buscar la “eliminación” de la
enfermedad, en lugar de la “mitigación” que se aplicó en muchos otros países.
La idea era destruir la curva, no sólo aplanarla[139].
Muchos expertos consideran que Islandia y Nueva Zelanda,
junto con Corea del Sur, son las naciones que mejor han enfrentado la pandemia.
Pero hay que añadir el caso de Venezuela. Aunque los medios dominantes
internacionales se nieguen a admitirlo, el presidente Nicolás Maduro ha sido,
en Suramérica, el líder que más pronto entendió cómo actuar drásticamente
frente al patógeno[140]. Gracias a
la batería de medidas (confinamiento, cierre de fronteras, pesquisaje
voluntarista casa por casa, hospitalización de todos los positivos) decididas
por su Gobierno -y a pesar del ilegal bloqueo económico, financiero y comercial
impuesto por Estados Unidos, y de las amenazas militares[141]-,
Venezuela ha podido evitar los errores cometidos en Italia, en España o en
Estados Unidos y salvar cientos de vidas[142]. El
«método Venezuela » ha resultado ser uno de los más eficaces del mundo. La
OMS reconoció que la cifra de infectados en Venezuela es inferior, en América
Latina, a la de Brasil, Chile, Ecuador, Perú, México, Panamá, República
Dominicana, Colombia, Argentina, Costa Rica, Uruguay, Honduras y Bolivia.
A propósito de liderazgos, ha surgido una controversia sobre
qué tipo de dirigencia ha enfrentado mejor la pandemia, si los gobiernos
democráticos o los gobiernos ‘autoritarios’[143]. Es un
falso debate. En plena contienda contra el virus, con masas de enfermos
asaltando los hospitales, y los sistemas funerarios colapsados por el exceso de
muertes, todos los gobernantes, por torpes que hayan sido en la anticipación
del ataque viral, han estado a diario en las pantallas de los medios dirigiendo
la ofensiva contra el letal enemigo. Como un general de estado mayor
capitaneando la batalla final. En ninguna parte ha sido un ‘momento
democrático’. Sino la hora de la firmeza y de la determinación. Y eso ha
gustado a las opiniones públicas. ¿Se puede deducir de ello que la era
postpandémica verá necesariamente el triunfo del autoritarismo en el mundo? No
es seguro. Muchos líderes autoritarios han sido lentos y torpes frente al
coronavirus, decepcionaron, disimularon informaciones o mintieron: por ejemplo,
Donald Trump en Estados Unidos, Viktor Orbán en Hungría, Jair Bolsonaro en
Brasil, Rodrigo Duterte en Filipinas, Narendra Modi en la India, Jeanine Áñez
en Bolivia, etc.
En todo caso, a escala planetaria, el nuevo patógeno no pudo
ser inmediatamente contenido y enclaustrado en la zona donde apareció. Y esos primeros
días de indecisión y desconcierto resultaron decisivos. El germen pudo así
escapar de su zona de nacimiento y, con insólita celeridad, conquistar el
mundo. Ni siquiera los adeptos más convencidos de las teorías de la
colapsología imaginaban que toda la humanidad sería golpeada con semejante
contundencia en tan breve tiempo. Apenas han pasado cuatro meses desde el
instante (diciembre de 2019) en que los primeros casos de esta nueva neumonía
infecciosa fueron identificados en Wuhan. Y en tan corto intervalo, la plaga ha
provocado una auténtica crisis sistémica y una interrogación
sobre el sentido mismo de la civilización humana.
La pesadilla que estamos viviendo ya ha cambiado nuestras
sociedades. Perturbaciones de todo tipo -inconcebibles hace sólo unas
semanas- se están produciendo en múltiples aspectos de la vida social, en las
relaciones interpersonales, en la política, la economía, los sistemas de salud,
el rol del Estado, las tecnologías, las comunicaciones, las relaciones
internacionales… Decenas de Estados -incluso en el seno de la Unión Europea-
han cerrado sine die sus fronteras o las han militarizado.
Muchos países y centenares de ciudades han instaurado el toque de queda por vez
primera en tiempos de paz. Millones de personas han renunciado a la libertad de
movimientos. La vida democrática se ha visto completamente perturbada. Decenas
de procesos electorales han sido pospuestos o suspendidos. Las Fuerzas Armadas
más poderosas no escapan al contagio. Están replegando combatientes[144], retirando
navíos y confesándose inoperantes en esta extraña guerra contra un enemigo
invisible[145]. Las
principales líneas aéreas han cerrado sus vuelos, dejando varados en las cuatro
esquinas del planeta a centenares de miles de viajeros[146]. Las
competiciones deportivas más importantes – incluidos los Juegos Olimpicos, la
Liga UEFA de campeones, el Tour de Francia- han sido suspendidas y aplazadas.
Media humanidad anda ahora con mascarilla de protección mientras que la otra
mitad desea también ponérsela… pero no las encuentra.
¿Cómo será el planeta cuando termine la pandemia? El mundo va
a necesitar voces autorizadas, con carisma y fuerza simbólica, que muestren el
buen camino colectivo para iniciar una etapa nueva, como se hizo después de la
Segunda Guerra mundial. La ONU deberá reformarse y dar entrada, como miembros
permanentes del Consejo de Seguridad, a nuevas naciones como la India,
Nigeria, Egipto, Brasil y México, más representativas de la realidad del mundo
contemporáneo.
Con el fracaso del liderazgo de Estados Unidos se abre un
peligroso vacío de potencia. El juego de tronos se relanza peligrosamente. La
Unión Europea, como hemos visto, también ha salido mal parada por su
decepcionante falta de cohesión durante la pandemia. China y Rusia en cambio
han consolidado su rol internacional prestando asistencia a muchos países
desbordados por el colapso de su sistema sanitario. ¡Han ayudado incluso a
Estados Unidos! Hemos visto imágenes insólitas: aviones militares rusos
aterrizando en Italia, ofreciendo médicos y distribuyendo material de salud.
China ha donado a un centenar de países millones de kits de detección,
mascarillas, ventiladores pulmonares, escafandras protectoras y toda clase de
logística sanitaria. «Somos olas de un mismo mar, hojas de un mismo árbol,
flores de un mismo jardín.» decían hermosamente los contenedores que China
ha ofrecido a buena parte del mundo. La influencia internacional de Pekín ha
crecido.
FUTUROS
Todos los países del planeta siguen enfrentando –al mismo
tiempo y por primera vez– la embestida de una suerte de
alienígena… La pandemia va para largo. Y es posible que el virus, después de
mutar, regrese. Tal vez el próximo invierno… Dada la enormidad de lo que está
ocurriendo, se avecinan cambios. Aunque nadie sabe cuáles serán los posibles
escenarios que se impondrán. Las incertidumbres son numerosas. Pero está claro
que puede ser un momento de rotunda transformación.
Las cosas no podrán continuar como estaban. Una gran parte de
la humanidad no puede seguir viviendo en un mundo tan injusto, tan desigual y
tan ecocida. Como dice uno de los memes que más han circulado
durante la cuarentena: « No queremos volver a la normalidad, porque la
normalidad es el problema. » La ‘normalidad’ nos trajo la pandemia…
Esta traumática experiencia debe ser utilizada para
reformular el contrato social y avanzar hacia más altos niveles de solidaridad
comunitaria y mayor integración social. En todo el planeta, muchas voces
reclaman ahora unas instituciones económicas y políticas más redistributivas,
más feministas y una mayor preocupación por los marginados sociales, las
minorías discriminadas, los pobres y los ancianos. Cualquier respuesta
post-pandémica debería apoyarse, como sugiere Edgar Morin, en «los
principios de una economía verdaderamente regenerativa, basada en el cuidado y
la reparación».
El concepto de ‘seguridad nacional’ debería incluir, a partir
de ahora, la redistribución de la riqueza, una fiscalidad más justa para
disminuir las obscenas desigualdades, y la consolidación del Estado de
bienestar. Se desea avanzar hacia alguna forma de socialismo. Es urgente, a
nivel global, la creación de una renta básica que ofrezca
protección a todos los ciudadanos en tiempos de crisis… y en tiempos
ordinarios.
Los sistemas de salud deberán ser públicos y universales.
Haber gestionado los hospitales como empresas ha conducido a tratar a los
pacientes como mercancía. Resultado: un desastre tanto humano como sanitario.
En todo caso, hay unanimidad para pedir que la vacuna contra la covid-19,
cuando se descubra, sea considerada un ‘bien público mundial’, y sea gratuita y
accesible para toda la humanidad. El nuevo coronavirus nos ha demostrado que, a
la hora de la verdad, médicos, enfermeras y personal sanitario son
infinitamente más valiosos que los brokers o los especuladores
financieros.
Sería inteligente anticipar también la próxima crisis
climática, que podría sorprendernos pronto igual que lo hizo el SARS-CoV-2…
Detener el consumismo furioso y acabar con la idea del crecimiento infinito.
Nuestro planeta no puede más. Agoniza. Se nos está muriendo en los brazos… Es
imperativo acelerar la transición energética no contaminante y apresurarse en
implementar lo que los ecologistas reclaman desde hace tiempo, un «Green New
Deal », un ambicioso Acuerdo Verde que constituya la nueva alternativa
económica mundial al capitalismo depredador.
Pero de inmediato hay que evitar, como previene Naomi Klein,
que bajo los efectos del ‘capitalismo del shock’, los defensores del sistema
-Gobiernos ultraliberales, fondos especulativos, empresas transnacionales,
mastodontes digitales- consoliden su dominación y manipulen la crisis para
crear más desigualdades, mayor explotación y más injusticias… Es preciso
impedir que la pandemia sea utilizada para instaurar una Gran Regresión Mundial
que reduzca los espacios de la democracia, destroce aún más nuestro ecosistema,
disminuya los derechos humanos, neocolonice el Sur, banalice el racismo,
expulse a los migrantes y normalice la cibervigilancia de masas.
Por el momento, sociedades enteras siguen confinadas en sus
viviendas. Dóciles, asustadas, controladas, silenciosas. ¿Qué ocurrirá cuando
se levanten los confinamientos? ¿Qué habrán estado rumiando los pueblos durante
su inédito ‘aislamiento social’? ¿Cuántos reproches han estado acumulando
contra algunos gobernantes? No es improbable que asistamos, aquí o allá, a una
suerte de estampida revoltosa de ciudadanos indignados -muy indignados- contra
diversos centros de poder acusados de mala gestión de la pandemia…
Algunos dirigentes ya sienten subir la furia popular… Y
después de haber adoptado y defendido durante muchos años el modelo neoliberal,
están tomando conciencia de los errores garrafales del neoliberalismo[147], tanto
políticos y sociales como económicos, científicos, administrativos… Ahora esos
políticos están prometiendo a sus ciudadanos que, una vez vencida la pandemia,
todo se va a enmendar para construir una suerte de ‘sociedad justa’. Proponen
un nuevo modelo definitivamente más justo, más ecológico, más feminista, más
democrático, más social, menos desigual… Seguramente, acuciados por la
situación, lo piensan sinceramente.
Es muy poco probable que, una vez vencido el azote, mantengan
semejantes propósitos. Sería una auténtica revolución… Y un virus, por
perturbador que sea, no sustituye a una revolución… No podemos pecar de
inocentes. Las luchas sociales seguirán siendo indispensables. Como dice el
historiador británico Neal Ascherson : « Después de la pandemia,
el nuevo mundo no surgirá por arte de magia. Habrá que pelear por él. [148] »
Porque, pasado el susto, los poderes dominantes, por mucho que se hayan
tambaleado, se esforzarán por retomar el control[149]. Con mayor
violencia, si cabe. Tratarán de hacernos regresar a la vieja ‘normalidad’. O
sea, al Estado de las desigualdades permanentes.
Pensemos en lo que ocurrió con la pandemia de la «gripe de
Kansas» (mal llamada «española) que se extendió a todo el planeta entre enero
de 1918 y diciembre de 1920. ¿Quién la recordaba antes de la plaga actual,
aparte algunos historiadores? Todos la habíamos olvidado… A pesar de que
infectó a unos quinientos millones de personas -la tercera parte de la
humanidad de la época- y mató a más de cincuenta millones de enfermos…
¿Y qué pasó después? ¿Europa y Estados Unidos construyeron
acaso la ‘sociedad justa’?… La respuesta es: no. Las promesas se desvanecieron.
La mayoría de los supervivientes de la mortal gripe se apresuraron en olvidar.
Un manto de amnesia recubrió el recuerdo. La gente prefirió lanzarse a vivir la
vida con un apetito desenfrenado en lo que se llamó los «felices años veinte» (the
roaring twenties). Fue la época del jazz, del tango, del charlestón, del
triunfo de Hollywood y de la cultura de masas. Una euforia artificial y alienante
que acabaría estrellándose, diez años después, contra el crack bursátil de 1929
y la Gran Depresión…
En aquel mismo momento, en Italia, una doctrina nueva llegaba
al poder. Estaba destinada a tener mucho éxito. Su nombre: el fascismo… ¿Se
repetirá la historia ?
IGNACIO RAMONET (La Habana, Cuba, 22 de abril de 2020.)
Agradecimientos
Mi reconocimiento más efusivo a las amigas y amigos -Bernard Cassen, Lydia Castro, Camilo Pérez Casal, Miguel Mejía, Ferran Montesa, Marisa Ros y Sandra Sarmiento- que tuvieron la enorme gentileza de releer mi texto -en tan poco tiempo y en medio de las turbulencias de esta cuarentena global-, de corregirlo, enmendarlo y de hacerme toda una serie de originales sugerencias que me permitieron enriquecer el manuscrito y, en mi opinión, mejorarlo considerablemente. Gracias.
Mi reconocimiento más efusivo a las amigas y amigos -Bernard Cassen, Lydia Castro, Camilo Pérez Casal, Miguel Mejía, Ferran Montesa, Marisa Ros y Sandra Sarmiento- que tuvieron la enorme gentileza de releer mi texto -en tan poco tiempo y en medio de las turbulencias de esta cuarentena global-, de corregirlo, enmendarlo y de hacerme toda una serie de originales sugerencias que me permitieron enriquecer el manuscrito y, en mi opinión, mejorarlo considerablemente. Gracias.