Uno de los aspectos centrales en
el combate mundial al coronavirus tiene que ver con el abandono de facto del
recetario neoliberal en lo que concierne al papel del Estado. La epidemia ha
puesto en evidencia que desde la esfera privada es imposible combatir a este
flagelo, y los partidarios del Estado mínimo de ayer, hoy vuelven los ojos a lo
público, se acuerdan del sistema de salud pública, destinan cuantiosos recursos
a la compra de medicamentos, a la infraestructura, a los subsidios y el
salvataje de empresas.
La dificultad estriba en que los
países que durante 40 años se alinearon con el modelo, se dedicaron a castrarle
al Estado su rol de ordenador de la economía y garante de los derechos
ciudadanos, entre ellos el derecho a contar son sistemas públicos de salud y
educación de calidad. Haber abandonado la salud pública para favorecer su
privatización y convertir un derecho humano en un negocio está teniendo
consecuencias nefastas en muchos países, incluyendo Estados Unidos, considerado
hoy el epicentro mundial del contagio del COVID-19.
Otro tanto sucede con la matriz
económica que se construyó bajo el neoliberalismo y que en países como el
nuestro ha significado la destrucción del aparato productivo, el privilegio a
las actividades extractivas, el abandono del campo para favorecer a los grandes
emporios agroindustriales, la política usurera que domina al sector financiero,
el crecimiento de la informalidad en la que se mueve el mayor porcentaje de la
PEA. El correlato de esto es una gran masa de trabajadores sobreexplotados, sin
derechos, una legión de sub empleados y desempleados, la crisis agraria, el
ahondamiento brutal de la desigualdad social. En estas condiciones, donde
muchísima gente vive de lo que gana al día y grandes sectores no cuentan con
los servicios básicos de agua y desagüe, es muy complicado cumplir el
aislamiento social y respetar las recomendaciones sanitarias.
Y si vamos por el lado de la
cultura y valores impuestos por el neoliberalismo, vale decir el
individualismo, el egoísmo, el pragmatismo, también resulta evidente que esta
mentalidad es un obstáculo, allí donde se requiere, como en el presente,
solidaridad, cooperación, fortaleza del tejido social.
Por ello, a la pregunta: Después
del coronavirus, ¿qué?, debemos plantear sin titubeos el abandono del modelo
neoliberal, abrir paso a un país que señale las grandes matrices de su
desarrollo a través de un proyecto nacional, que se supere la base primario
exportadora aprovechando nuestro potencial y colocando a la economía, en
armonía con el medio ambiente, al servicio de la gente, que se considere a la
salud y educación públicas, gratuitas y de calidad como derechos inalienables
de los peruanos, que se lleve a cabo la diversificación productiva con empleo
digno, que se plasme la integración nacional, la descentralización, se ponga en
práctica una verdadera democracia, no solo representativa, sino también
participativa de las mayorías organizadas. Todo ello nos coloca ante el reto de
refundar la república sobre la base de una nueva Constitución. No existe otro
modo de darle partida de defunción al modelo neoliberal.
Ciertamente que esto no es lo que
se proponen las clases dominantes, cuya gran preocupación es cómo preservar sus
privilegios. Si, urgidos por los efectos de la epidemia, proponen algún cambio,
será para que nada cambie, tratarán de ponerle otro empaque a su producto y, si
las cosas se complican, tendrán lista la salida autoritaria, usando la
emergencia como el gran pretexto.
Es evidente que en el presente
hay que cerrar filas para evitar el desborde de la epidemia y conjurar
consecuencias fatales que se cebarán sobre los más pobres; hay que llamar a la
solidaridad, respetar el aislamiento social, la cuarentena, el toque de queda y
todas las medidas sanitarias que se vienen recomendando. También es necesario
contar con un plan económico y de empleo para estas circunstancias especiales,
donde hay que aunar esfuerzos de los más amplios sectores, incluyendo el
empresariado nacional. Pero ello no debe impedir que sigamos defendiendo los
derechos democráticos, la situación de los trabajadores y las grandes mayorías.
Tampoco exigir el cambio drástico de lo que ha regido hasta el presente; el
Perú pos neoliberal se pone a la orden del día.
Las condiciones son
excepcionalmente favorables para abrir un nuevo rumbo al país; todo va a
depender de la correlación de fuerzas que se construya desde hoy. En este
propósito no sirven ni el sectarismo que nos aísla, ni la conciliación que nos
quita identidad e impide la acumulación de fuerzas necesaria para el gran
cambio que requiere nuestra patria.
Por Manuel Guerra